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La difícil ecuación de Albert Rivera

Si quiere ser presidente necesita ayudar a la gobernación de España y, al mismo tiempo, separarse de Rajoy y desgastarlo. La encuesta del CIS indica que todo es posible porque hay tres partidos -PSOE, Cs y PP- empatados en intención directa de voto.

La semana pasada hablaba de la guerra de la derecha. Las elecciones catalanas han insuflado más ambición -que no le falta- a Albert Rivera. Quedar primero en Cataluña (aunque lejos de poder gobernar) y humillar al PP con 36 escaños contra 4 es algo que el líder de Cs quiere capitalizar. ¿Cómo? Marcando perfil para erigirse como una alternativa sólida al PP (lo que implica gestos de distanciamiento) y consolidarse también como una garantía frente a la izquierda.

Rivera tiene buenas expectativas, pero problemas de agenda. Si quiere ser presidente tras las próximas elecciones -difícil, no imposible- debe separarse de Mariano Rajoy, con cautela pero sin piedad y sin parecer ni un asesino ni un irresponsable. Atacarle, desgastarle y, al mismo tiempo, ayudar a gobernar. Nada fácil.

Por el momento la encuesta canónica, la del CIS del martes, le ha dado aire y ha preocupado al PP. No confirma lo de otras -de antes y después- que colocan a Cs en una algo increíble y arrolladora primera posición, pero sí se consolida y supera con claridad a Podemos. Y aunque en estimación de voto queda a casi seis puntos del PP (26,3 % contra 20,7 %) y con el PSOE (23,1 %) en medio, los siete puntos que pierden los populares desde las generales (sacaron el 33 %) van directamente a Cs, que gana algo más de siete, mientras que el PSOE sólo sube medio punto y Podemos y sus confluencias pierden más de dos. Y lo relevante es que en intención directa de voto -la que expresan los encuestados antes de la cocina que atribuye el voto a los indecisos- hay tres partidos empatados: PSOE (15,9 %), Cs (15,7 %) y PP (15,5 %). Ojo al dato.

Rivera va bien, pero no puede dejar de pedalear. Esta semana ha optado por abrir un nuevo frente -el de la reforma electoral- acercándose a Podemos. Sus intereses coinciden: jubilar a la Ley d’Hondt para aumentar la proporcionalidad entre votos recogidos y escaños obtenidos. Es un objetivo positivo, pero el excesivo roce con Pablo Iglesias tiene riesgos y a nivel fáctico es una batalla perdida porque, con la actual composición del Congreso, no se puede aprobar contra la voluntad del PP y el PSOE, que no quieren experimentos. Quizás por eso no se ha mojado demasiado y ha dejado el protagonismo a Juan Carlos Girauta, su portavoz parlamentario.

Pero la decisión clave de Rivera -y en la que se puede jugar su carrera- es la de los tiempos. ¿Cuándo le convienen las próximas elecciones? ¿Antes de las municipales y autonómicas de la primavera del 2019 o después? La respuesta de estadista es que después. Pero ¿y si en las municipales y autonómicas el PP y el PSOE -que tienen más implantación- le distancian? ¿Perdería el aura de líder emergente?

Y el frente catalán lo condiciona todo. Rajoy ha ocupado terreno con la propuesta de que los condenados por rebelión y sedición -que hay pocos, en el futuro los independentistas- no puedan ser indultados y tengan el mismo trato que el PSOE exige para los condenados por corrupción y por violencia de género. Es una iniciativa populista, que sólo busca frenar a Ciudadanos. Nada obliga a un Gobierno a conceder indultos en el hipotético (pero posible) caso de que Oriol Junqueras y otros sean condenados a prisión. Pero, por el contrario, una política de indultos -en Irlanda del Norte se hizo por delitos de sangre- puede ayudar a resolver conflictos. El PP ha optado por el populismo puro y duro para seducir al electorado de ley y orden.

Pero Rajoy sabe que le interesa que el 155 no siga bloqueando la política española. Ha impedido la investidura de Carles Puigdemont, que habría sido un golpe para su prestigio. Pero la palabra la tienen ahora los grupos secesionistas (Junts per Catalunya con 34 escaños, ERC con 32 y las CUP con 4), que deben convencer a Puigdemont -que tiene una veintena de incondicionales que podrían paralizar todo- de dar el paso atrás. El secesionismo lo necesita para poder aprovechar su victoria electoral del 21D. Rajoy lo precisa igual, o todavía más. Sin una normalización -aunque sea limitada- del conflicto catalán, España está bloqueada y Rajoy no tendrá presupuestos. Será un pato cojo. ¿Qué prefiere Rivera?

El susto de Wall Street

Todos los informes sobre la marcha de la economía internacional eran positivos y en Davos se respiró un gran optimismo. Y de repente, una coincidencia preocupante. El lunes, el día en que Janet Yellen cedía a Jay Powell, un republicano moderado, la presidencia de la Reserva Federal porque el presidente Donald Trump, rompiendo la tradición, no quiso darle un segundo mandato, Wall Street se desplomó. El índice Dow Jones perdió más de 1.000 puntos, la mayor caída de su historia. No es exacto porque el índice está muy alto y la perdida porcentual fue de un 4 %, alta pero no la mayor. Y la caída se repitió el jueves. Todas las bolsas del mundo han acusado el golpe.

El Nobel Krugman ha escrito que al juzgar la evolución bursátil hay tres reglas básicas. Una, la bolsa no es la economía. Dos, la bolsa no es la economía. Y tres, la bolsa no es la economía. Vale, pero por qué este desplome cuando llevaban años al alza y la americana tuvo el 2017 una gran revalorización, provocada sólo en parte por la gran rebaja de impuestos a las empresas prometida por Trump. Quizás haya causas técnicas. Pero el fenómeno se ha repetido. ¿Qué explicación tiene? ¿Qué indica para el futuro?

Las economías han superado la crisis porque los bancos centrales -la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra, el BCE, el Banco del Japón…- para combatir la recesión han practicado una política monetaria superexpansiva y han fijado unos tipos de interés muy bajos. Y como la inflación no repuntaba, la política se ha mantenido y el inevitable giro hacia una mayor normalidad -que Yellen ya había iniciado- tenía lugar a ritmo lento. Pero el paro está en EE UU en el muy bajo 4%. Es un nivel en el que ya hace tiempo que habrían tenido que aparecer tensiones inflacionistas basadas en los salarios. Y además la bajada de impuestos de Trump inyectará más dinero. El dato mensual de paro fue bueno -como en meses anteriores- pero con una novedad: los salarios crecieron más, un 2,9% anual. ¿Y si la inflación se dispara por encima del objetivo del 2% y la Reserva Federal decide subir los intereses mas rápido con mayor intensidad? En ese caso -pagando más intereses- los beneficios de las empresas bajarían y la bolsa lo notaría.

El temor al alza de los tipos está tras lo sucedido en Wall Street. Pero ¿es una corrección puntual o es el aviso de una pérdida de confianza más generalizada de consecuencias graves? Es pronto para saberlo, pero el Banco de Inglaterra anunció el jueves que no dejaría pasar tasas de inflación por encima del 2%. ¿Puede ser que los mercados no digieran bien el inevitable cambio de política monetaria? ¿La confirmación del fin de la crisis puede causar pérdida de confianza en los mercados y originar perturbaciones? ¡Cuidado!

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