Los carnavales nacieron, crecieron y se mantienen en el imaginario colectivo como una ruptura brusca, visceral, con la realidad, como una catarsis necesaria que, por unos días, subvirtiera el orden supuestamente natural e introdujera el caos en el mundo. Días en los que nada es lo que parece, en los que mandan los llamados a obedecer y en los que los papeles están cambiados. Por eso duran tan poco. Iglesia, regidores, reyes, nobles ya se han encargado a lo largo de la Historia de que las Carnestolendas fueran meros, y cortos, paréntesis, nada de que la plebe, los villanos, se acostumbraran a campar por sus respetos y a hacer de sus capas sayos. Una cosa es la fiesta, controlada y de duración ajustada, y otra que el personal se crea con capacidad de dictar órdenes por el simple hecho de disfrazarse de jefe durante unas horas. El siguiente paso era Revolución y, oiga, eso sí que no; el que manda, manda y mandará.

Así las cosas, los Carnavales (y antes las Saturnales o las celebraciones en honor a Dionisio) eran un momento mágico, único del año. Cortaban en dos el discurrir del tiempo, rompían la monotonía, daban rienda suelta a sueños retenidos, permitían hacer posible lo imposible, devolvían a la vida capacidad de sorpresa y olvido de penurias, invitaban a ser otro, a superar una existencia gris, dura, difícil de cambiar? En suma, los Carnavales se esperaban como ese momento en el que creemos dominar la realidad en vez de al contrario, en el que esa realidad se acomoda a nuestros gustos y aspiraciones para convertirnos durante horas en príncipes, piratas, astronautas, futbolistas de éxito? Y el Miércoles de Ceniza, vuelta a la llamada normalidad, desencanto y hasta el año que viene. Y así siglos y siglos. Baste mirar Venecia, Colonia, Cádiz... cada cual con sus características pero con el denominador común de la ruptura con lo cotidiano y la búsqueda de la transgresión.

Eso era antes. Ahora han cambiado mucho las cosas. Ahora es Carnaval todo el año. Eso de trasgredir solo por estas fechas ya pasó a la historia. De modo que uno asiste estos días a ciertos espectáculos y ni siquiera repara en que estamos en Carnestolendas. Verbigracia: lo de "portavozas", dicho con total seriedad y ánimo reivindicativo por Irene Montero. Entiende la buena señora que así se acaba con la discriminación femenina en el lenguaje. Y le apoya la socialista Adriana Lastra, que asegura que ella también a llama a Margarita Robles su "portavozas". No acabo de verlo, pero si lo dicen sus señorías, ilustradas ellas, será así. Claro que portavoz lleva consigo la palabra "voz", femenina, y no sé si diciendo "voza" se feminiza más o menos. En fin, tiempo de carnavaladas. Así que vayan preparando palabras que no les gusten o que les parezcan chungas, métanle unas "aes" y a salir en la tele como innovadores del lenguaje y grandes luchadores contra la discriminación lingüística.

Ha sido una de las principales carnavaladas de estos días, pero no la única. Me quedé ojiplático cuando me enteré de que, en una localidad de Ciudad Real, han retirado de la iglesia un cuadro de Santiago porque era demasiado atractivo, casi provocador. Lo había pintado un hijo del pueblo que vive en Miami y sí, él mismo reconoce que el apóstol le salió guapo, sexy, nada de enfadado y cortando cabezas de moros. Total: Santiago encerrado en la sacristía y la Inquisición otra vez presente.

También huele a Inquisición lo del chaval ese de Jaén, condenado a pagar casi 500 euros por colocar su cara en sustitución de la de Jesucristo en la imagen virtual de un paso. Varias preguntas: ¿qué adelantó con ello?, ¿tiene que ver algo este asunto con la libertad de expresión?, ¿es tan grave como para andar en tribunales y organizar escándalo tras escándalo en las redes sociales? Insisto en lo de las carnavaladas, ya en cualquier época del año.

Y nos queda la máxima carnavalada, la carnavalada de las carnavaladas. Y esta amenaza con no tener fin, con perpetuarse. Me refiero, claro, a lo de Puigdemont y sus mariachis. Difícil encontrar en la Historia de la Humanidad Reciente un dislate semejante, Waterloo incluido. Desde que escribo estas líneas hasta que ustedes las lean, habrá habido tres o cuatro mil cambios pero seguiremos sin saber si se va o se queda, si lo canonizan o lo sacan a hombros en el Nou Camp, si es un símbolo, un president o un ectoplasma con flequillo, si entrará por los Pirineos bajo palio o en un caballo percherón?Un lío.

Se acabarán los Carnavales pero continuarán las carnavaladas. Ya ni la Cuaresma es lo que era.1