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La semana pasada falleció en Bienvenida (Badajoz) Francisco Núñez Olivera, conocido como "Marchena" por su parecido con el cantaor flamenco y considerado el hombre más viejo del mundo. No se si lo sería o no, pero desde luego este extremeño era el hombre más viejo de España, que ya está bien. Tenía 113 años y había luchado en la guerra colonial del Rif. Ha muerto rodeado del cariño de sus familiares (una hija y dos hermanos de 97 y 93 años respectivamente) y el alcalde de Bienvenida ha decretado un día de luto oficial, lo que me parece muy bien como signo de afecto y respeto porque no solemos ser generosos con nuestros mayores.

Hace poco he visitado una residencia de ancianos situada en una bonita casona de principios del siglo XX, como de indiano, rodeada de jardines y cercana a una pequeña población. Ambiente tranquilo y sosegado, con viejos que jugaban a las cartas, mujeres que ojeaban revistas del corazón y conversaban levantando la voz para poder escucharse cuando ya el oído flaquea, enfermeros que ayudaban a hacer sencillos rompecabezas a los que la van perdiendo, algunos ancianos que simplemente dormitaban en sus butacas y otros, más despiertos, que miraban la televisión con aparente desinterés. Están de vuelta de todo y se les nota.

Una enfermera, llegada de un país africano, me dijo que "aquí la gente tiene dinero y nosotras les cuidamos muy bien pero en mi país, donde no tenemos dinero, a los viejos los cuidan las familias en casa y nunca están solos". Porque hemos creado una sociedad en la que los ancianos molestan y no tienen lugar en nuestros hogares pues ni hay espacio, ni tiempo, ni medios, ni disponibilidad para atenderlos a pesar de la ley de Dependencia, y sus buenas intenciones. No sabemos qué hacer con ellos y olvidamos que ya Ovidio advirtió que "triste estarás si estuvieras solo" y por eso la Biblia ("no es bueno que el hombre esté solo...") le dio una compañera al mismo Adán. Algo está muy mal en esta sociedad que hemos creado hasta el punto de que en el Reino Unido se ha acaba de crear o se va a crear el "ministerio de la Soledad", un nombre algo tétrico con resonancias a Orwell o a Wells, para atender a tantos viejos (y también a muchos jóvenes) que están muy solos a pesar de vivir rodeados de gente. Un amigo africano coincidía sin saberlo con Ovidio y me decía no hace mucho que la verdadera pobreza no es la falta de dinero sino la soledad y yo estoy de acuerdo. Con la creciente longevidad que proporcionan los avances médicos, éste es un problema muy serio en nuestras sociedades occidentales. ¿Vivimos demasiado? Otro amigo, esta vez en Lisboa, va una tarde por semana a acompañar a viejos solitarios y les da conversación o les lee libros durante un par de horas, mientras otros voluntarios les acompañan a pasear o a hacer la compra, algo que no pueden hacer por sí solos. Cuando yo era embajador en Marruecos intenté convencer a un grupo de españoles ancianos que se habían quedado solos y vivían en Casablanca para que se trasladaran a una magnífica residencia de ancianos que tenemos en Tetuán, que es propiedad del Estado Español y una herencia más de la época del Protectorado en Marruecos. Les organicé un viaje en autobús para que apreciaran sus soleadas habitaciones individuales entre cuidados jardines, pero muy pocos aceptaron quedarse porque me decían, seguramente con razón, que se morirían si les sacaba de sus viejas casas, a veces muy humildes, y del que había sido su mundo durante toda una vida. Y casi todos regresaron a su soledad pobre pero digna de Casablanca, sin duda para cumplir el mandato de Pascal de que "moriremos solos".

Nuestro mundo idolatriza la juventud y rechaza la vejez. Queremos ser jóvenes o al menos parecerlo y nos vestimos y peinamos como tales, hacemos gimnasia para mantener cuerpos ágiles y atractivos, nos ponemos implantes capilares y eliminamos las arrugas hasta el punto de perder la elasticidad de la cara y la expresión del rostro y acabar como algunas habituales del Hola, a las que ni la magia del photoshop salva. Hoy la obsesión es parecer joven. Hay ancianos que rechazan un asiento en el metro para no parecer mayores, mientras se aferran con dificultad a la barra para no caer. Las actrices maduras se quejan con razón de que en el cine ya no hay papeles para ellas, y es difícil que un desempleado con más de cincuenta años encuentre hoy trabajo en España. Y en los Estados Unidos cuando alguien muere se dice que passes away y se oculta el cadáver, que atraviesa la ciudad camino del tanatorio de la manera más anónima posible para no estorbar con su molesta presencia a los aún vivos. Hoy no hay cortejos de difuntos y cualquier día llevarán al fallecido en taxi para que pase aún más desapercibido. He estado en un funeral house de Nueva York donde habían vestido al muerto con chaqueta y corbata y lo habían sentado en un sillón colocado sobre una tarima, desde donde parecía mirar con indiferencia a los que nos acercábamos a dar el pésame a la familia. Era bastante siniestro y es que, como decía Cervantes, "la figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa".

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