Mientras el PP y Ciudadanos compiten por ganar los votos del resentimiento anticatalán con medidas cada vez más inconstitucionales en la aplicación del artículo 155, en la llamada izquierda se inicia un proceso de autoinculpación característico. Y eso en la semana en la que hemos visto grandes revelaciones por parte de Granados, algunas de ellas completamente detestables, pero que conmocionan a la opinión pública y revelan la catadura moral de algunos dirigentes del PP. Remarco este asunto para extremar las distancias entre una clase política que no se siente culpable, haga lo que haga, y una izquierda que tiende a magnificar lo que son errores políticos con el estatuto sublime de la teoría, lo más parecido a una culpa histórica, a una inhabilitación, según la tradición intelectualista que lastra a las formaciones de izquierda desde el virtuosismo teórico marxista-leninista.

El supuesto de este peculiar movimiento es la convicción de que la derecha va ganando una partida que hace apenas dos años parecía amenazarla. Que ante este resultado la izquierda culpe a la falta de teoría, solo puede ocultar una intención: evadir responsabilidades políticas. Que hace dos años este país tuviera la esperanza de atender mejor los intereses de sus clases populares, y que en este momento sea más probable una intensificación de los aspectos reaccionarios de nuestra vida política, esto no se puede explicar por falta de teoría. Pues, ¿qué teoría estaba vigente cuando el viento hinchaba las velas de Podemos? Si no existía entonces teoría, ¿por qué se produjo una expectativa de cambio, de progreso, de dejar atrás una época tenebrosa en que fuimos gobernados por delincuentes y por incapaces?

No es convincente defender que los que han abandonado la expectativa del cambio lo hayan hecho porque, tras un examen académico, han concluido que no podían confiar en las fuerzas progresistas porque apreciaban en ellas una carencia de teoría. ¿Qué teoría de Cs hace que se pasen a él votantes del PSOE, del PP, incluso de Podemos? Ni la izquierda ha bajado en sus expectativas por la falta de teoría, ni Cs sube por disponer de ella. Estamos en una democracia y la gente reaccionada ante lo que ve. Y lo que ha visto es una serie de errores de la dirigencia de Podemos. Es una responsabilidad política de esa dirigencia, no un determinismo ideológico. Son errores prácticos, no teóricos. Errores prácticos quiere decir aquí desplegar una política carente de virtud republicana, entregada al narcisismo, intolerancia, carencia de flexibilidad, autoritarismo, aspiración a la omnipotencia, incapacidad de diálogo, dogmatismo y espíritu de revancha. En democracia, la gente no quiere ser gobernada así. Es sencillo. Ninguna teoría puede compensar ese descarrío.

La democracia no necesita un gran aporte de teoría. El republicanismo no es un virtuosismo teórico, y se basa en elementos populares y en líneas orientativas. Es más bien el destilado de una experiencia histórica, no una sutileza filosófica. El republicanismo es lo más opuesto a la aspiración platónica del filósofo rey. Por supuesto que la idea republicana puede ofrecer mil argumentos al público universitario, y hay que debatirla de forma franca y sincera, pero sólo para que la gente que está en el tajo político, y conoce el estado mental y moral del público, extraiga materiales para fortalecer las percepciones comunes acerca de lo justo y generar una comunitarización de los argumentos centrales de la política. No ha sido la falta de teoría lo que ha debilitado la expectativa de Podemos, sino justo al contrario, el exceso de teoría que concedió a sus líderes una conciencia de superioridad y de arrogancia incompatible con la vida democrática.

El problema de Podemos no es la carencia de teoría, sino una política errada y errática. Sus líderes debieron dimitir cuando no fueron capaces de aumentar los votos que los respaldaban. Esa es la prueba de la verdad en democracia: perder la confianza de las masas populares. Esas dimisiones debieron producirse cuando se fracasó en las segundas elecciones generales. En lugar de eso, se desencadenó una defensa numantina de la posición derrotada. Lo menos deseable ahora sería generar la esperanza de que una genialidad teórica recién importada puede ofrecer a esa misma dirigencia primero la coartada de una nueva oportunidad histórica, y después la excusa de que la incomprensión culpable del público de su mesianismo teórico explicaría su fracaso.

La política no es una teoría, sino una aguda sensibilidad para comprender las ideas centrales que una sociedad respeta y tener el coraje de defenderlas de un modo que no deshonre a sus seguidores. Lo que hace que Cs crezca no es una teoría. Es sencillamente que una de sus líderes, Arrimadas, ha mostrado virtudes políticas elementales, como el coraje, la fortaleza y la oferta de una idea clara. En el caso de Arrimadas una idea de España, que considero equivocada, pero que una gran cantidad de catalanes entiende preferible a las ideas demasiado teóricas de sus rivales políticos y a las ideas del independentismo. Que esta idea de España pueda llegar a ser mayoritaria, cosa que no creo que ocurra, sería un problema político de primer orden, pero tiene la virtud de que puede ser entendida por una población sometida a un estrés insoportable. Tan pronto la opción alternativa deje de ser la independencia de Cataluña, y se reduzca el estrés, los defensores de esa idea difícilmente serán mayoría.

Por supuesto, los independentistas catalanes no sólo han caído en la trampa de Rajoy y han sido llevados a una derrota histórica calculada, prevista, preparada e inducida, peligrosa para su comunidad; la otra parte de la trampa era lograr que en España triunfase un estado de opinión capaz de hacer reversible el Estado de las Autonomías tal como lo conocemos, la verdadera aspiración de muchos poderes en nuestro país. Eso se buscaba cuando se intentó activar un nacionalismo español inexistente, y se ha tenido que llevar a cabo con lo único que tenemos, el Estado administrativo. Esta estrategia no han sabido desmontarla las fuerzas de izquierda porque no han sabido defender con fuerza y claridad el valor progresista de la existencia del Estado, su innegable potencia civilizatoria, su capacidad de defender y aumentar los derechos generales; por no haber proclamado con todas las letras que ante la posibilidad de una secesión sin mayorías cualificadas adecuadas, la unidad del Estado es un valor desde el punto de vista político, moral, jurídico, familiar, económico y vital.

No disponer de otra idea de Estado alternativa a la de Arrimadas ha llevado a la izquierda a la derrota. Esta idea alternativa de Estado no requiere de una alambicada teoría de la izquierda, ni de decisiones acerca de si existen clases sociales, de si hay clase obrera, de si todavía ha de ser la base de la hegemonía, y sutilezas de este estilo. Requiere sencillamente una idea política fundamental. Cuando romper un Estado es la opción, en el otro lado sólo puede estar su defensa. Pues el Estado es el imaginario de seguridad, estabilidad, protección, asistencia y paz para las poblaciones menos privilegiadas. Dejarle su defensa a la derecha es el error más básico de la izquierda en este tiempo, en el que hemos caído muchos. Luego se podrá argumentar lo que se quiera sobre su forma constitucional. Pero hablar de estas cuestiones secundarias, cuando lo que está en juego es la existencia misma del Estado, es un absurdo político, no una falta de teoría. Sobre todo cuando hay evidencias de que los dos Estados resultantes de la secesión no serían afines a la idea de promover los intereses de los ciudadanos más débiles y desprotegidos. Pero el Estado sigue siendo todavía el máximo poder de la historia. La única cuestión teórica para la izquierda es identificar a qué idea de sociedad se debe aplicar su poder.