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Censura en Arco

Para quien no haya estado nunca en la feria madrileña de Arco (acrónimo de Arte Contemporáneo), les diré que se desarrolla en dos pabellones rectangulares, a los que se accede por uno de los laterales estrechos y, nada más entrar, te das de bruces con la primera pared blanca del mejor stand de la feria. Ahí se encuentra, desde hace unos años, la propuesta de la galería de Helga de Alvear, la penúltima de la saga de grandes galerías regentadas por mujeres hechas así mismas: Juana Mordó, Juana de Aizpuru, Soledad Lorenzo, Carmen Gamarra, Oliva Arauna?

Helga es alemana, casada con un arquitecto español, y apostó en su día por la fotografía objetivista alemana, cuya revalorización en el mercado del arte ha sido imparable en las dos últimas décadas, lo que ha convertido a esta galerista en la más poderosa del panorama galerístico nacional. Suya es esa pared blanca de bienvenida a Arco, y suya la idea de situar ahí, a lo largo de unos diez metros lineales, la obra de Santiago Sierra, Presos políticos, que fue retirada a primera hora de la mañana del primer día de la feria, el pasado miércoles, antes de que en la tarde siguiente se inaugurara por los reyes para dar acceso al público general.

Desde entonces, la polémica ha sido pertinaz en los medios. Sierra utiliza también la fotografía para sus obras, pero lo suyo no es la objetividad sino el concepto: fotografía personas en situaciones que generan un elemento crítico, siempre de naturaleza política y social. El arte político conceptual junto al documental han estado en la cresta de la ola del arte en los últimos años, como lo muestra la línea expositiva del actual director del IVAM, José Miguel García Cortés, y buena parte de las preferencias artísticas del director del Reina Sofía, el burrianense Borja Villel. Así que a Sierra, madrileño, no le ha ido tan mal últimamente, todo lo contrario, trabaja con diversas y potentes galerías anglosajonas y fue galardonado con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2010, premio que rechazó, criticando los poderosos artefactos al servicio del Estado. Es, pues, un clásico de la furia artística contra el establishment político.

La obra censurada está constituida por una serie de 24 retratos fotográficos pixelados de políticos catalanes independentistas y algunos abertzales vascos, y como ya deben saber la ha adquirido por 96.000 euros Tatxo Benet, socio de Mediapro, la productora televisiva de Jaume Roures al que la Guardia Civil señala como un agente propagandístico necesario en el procés soberanista catalán. El lío se completa con el anuncio por parte del director del Museu de Lleida, del que salieron las piezas artísticas del monasterio oscense de Sijena, para exponer allí el montaje de Sierra. Claro está, a estas alturas también deben pensar que las cualidades de la obra no descansan en su plasticidad, sino en su contenido político al que desde su retirada se añade el efecto simbólico del acto represor.

Esa mañana, la censuradora, andaba un servidor por los pasillos de la feria y el run rún de lo ocurrido me alcanzó de inmediato, ligeramente distorsionado: el Gobierno había aplicado el 155 para reprimir la libertad de expresión. Desde entonces he oído de todo, incluyendo la teoría de la existencia de un autocomplot publicitario para conseguir relevancia mediática en la feria. Posiblemente ni lo uno ni lo otro, a pesar de que el director de Arco desde hace unos años es el abogado Carlos Urroz, quien trabajó en la galería de Helga de Alvear durante una larga temporada, y fue allí donde entrenó el ojo para valorar el arte contemporáneo. La verdad es que Urroz ha conseguido levantar Arco, gracias especialmente a su apuesta por los grandes coleccionistas, sobre todo latinoamericanos, cuyas fortunas son tan superlativas como inimaginables.

Arco le disputa ahora la supremacía a Art Basel Miami de ese forrado mercado latino, ofreciendo una ciudad con más caché y cultura que Miami en un escenario europeo de mucho mayor prestigio y más barato también que el de los manglares floridenses. Por eso a Urroz se le demudó el gesto cuando supo que en la votación del siempre polémico comité organizador de Arco, la peor calificación había sido para la galería Marlborough, un espacio polite del arte contemporáneo de nulo riesgo y máximo business que no es del agrado del artisteo salvo para hacer caja. Urroz maniobró adecuadamente y consiguió repescar a la Marlborough, una de las galerías que más compras cierra durante la feria y con más agenda de fortunas latinas.

No obstante todo lo cual, la inmensa mayoría de los visitantes de Arco pasaron olímpicamente de la polémica sobre la censura y siguieron a lo suyo, la fiesta del arte y del dinero, unos cerca de 100 millones de euros que, al parecer, se mueven en Madrid estos días gracias a la plástica contemporánea. Todo el mundo ha considerado un error la retirada de la obra de Sierra, una metedura de pata por la que nadie ha dimitido y nadie ha sido cesado de nada a pesar de que la extensión del organigrama de Ifema -la feria de Madrid- es inabarcable.

No hay clima de censura ni persecución en Madrid, donde se llenan los hoteles con coleccionistas durante estos días de frío. No solo hay Arco, sino cuatro o cinco ferias alternativas más, de las que debemos destacar la pequeña pero cuidada feria de dibujo, la Drawing Room, instalada en el salón de baile del Círculo de Bellas Artes, con fuerte presencia de galerías valencianas y precios asequibles para el común de los mortales, justo enfrente de la librería catalana Blanquerna, que abre cada día sin más problemas, frente al Instituto Cervantes. Todos los museos y salas expositivas de fundaciones y centros culturales concentrados en Madrid preparan sus mejores muestras para que coincidan con la semana de Arco, y cada vez más hay performances y exposiciones en espacios privados, en estudios de artistas y en casas-despacho de marchantes, la vieja nueva figura emergente. Madrid camina fulgurante como capital del arte a pesar de los excesos ortodoxos de los guardianes de la pulcritud del Estado.

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