Leo en un semanario de actualidad, no científico, el siguiente titular: «Más de la mitad de las ciudades del mundo se quedarán sin agua en 30 años». A partir de aquí cabría aquello de «sálvese quien pueda». Menuda frase. Todo ello a raíz del grave problema de sequía y abastecimiento que está padeciendo Ciudad del Cabo (Sudáfrica), para la que ya hay fecha establecida de desabastecimiento de agua total: el próximo 12 de abril. Uno se pregunta cómo puede ocurrir esto en una gran ciudad, la segunda más poblada de Sudáfrica, con algo más de 400.000 habitantes, ubicada además en la franca costera meridional de dicho país. Al parecer el abastecimiento hídrico de esta ciudad depende casi exclusivamente de los recursos superficiales captados en una serie de embalses situados en los ríos próximos a la ciudad. Y cuando ha venido una coyuntura de sequía, estos embalses se han quedado sin agua, y no se han planificado otras soluciones para atender el abastecimiento de la ciudad. Evidentemente, cuando no se hacen las cosas bien en materia hídrica, pasan estas cosas. Y este es el panorama que puede esperar a otras grandes ciudades del mundo en las próximas décadas en el contexto de cambio climático, con lluvias más irregulares. Pero la solución está en nuestras manos. O mejor, en manos de los gobernantes, que deben anticiparse a lo que la incertidumbre climática pueda traernos. En Ciudad del Cabo no cabe otra que instalar una macro-desaladora para garantizar el abastecimiento. Cabría preguntarse porque no se ha realizado esta infraestructura desde hace años. La mitad de las grandes ciudades del mundo no se quedarán sin agua, ni mucho menos, porque la tecnología permite hoy día ofrecer soluciones viables que cada vez serán más económicas. No asustemos tan alegremente a la gente. Pero pidamos que se planifique el futuro hídrico desde el rigor científico, la viabilidad económica y la sostenibilidad. Que es posible.