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Vaya semanita

Marta Sánchez decidió cantar el himno español en el Teatro de la Zarzuela de Madrid propinándole una letra patriotera que contiene una importante colección de ripios y cursiladas. Ya se la encargaron hace décadas a José María Pemán, el poeta del régimen de Franco, que sería del régimen pero que era un poeta aceptable. Y ni así. Claro que hay una razón para que una letra no pegue en el himno español: se trata de una marcha militar, la Marcha de granaderos, y una marcha militar no tiene prevista letra alguna. Pelillos a la mar. Lo peor no es eso. Es posible que Erato, la musa de la poesía lírico-amorosa, se resintiera al comprobar que una composición poético-marchosa resultaba tan poco agraciada. Pero da lo mismo: cada cual hace de su capa un sayo y si a Marta Sánchez le da por el himno nacional, que Dios la bendiga. Yo no lo cantaré ni en un partido de segunda.

Lo peor es el apoyo instantáneo y entusiasta que recibió de Mariano Rajoy y, por ende, del PP. Y lo definitivo fue el apoyo de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, que no sabe qué hacer para atraer a votantes de la derecha. Es cierto que la beatería no tiene límite y que una letra así satisface los afanes patrióticos de quienes reivindican con fiereza la bandera roja y gualda. Como se sienten insultados por el resto de la ciudadanía, izan una enseña más grande que un ático moderno en la plaza de Colón de Madrid, una especie de «ahí queda eso» ahora reforzado por un «a ver quién se atreve a faltar a la patria». Todos en pie en el Teatro de la Zarzuela.

El apoyo al himno de Marta Sánchez me lleva a otra consideración más entristecida: la extrema fidelidad y obediencia a lo que decide el partido. Por ejemplo, las líderes del gobierno del PP, como la ministra de Defensa o la de Agricultura, instigadas supongo por el oportuno argumentario, consideran que la huelga de mujeres convocada para el 8 de marzo no debe ocurrir. Invocan toda clase de razones absurdas, como la de que la mujer debe ir a la huelga trabajando más, y olvidan que lo que se pretende es llamar la atención a la desigualdad de la mujer respecto del hombre y que eso no se hace trabajando más (ala, que se fastidie el hombre que yo me voy a reventar los riñones). Bastante tienen. ¿Una huelga femenina? No. Y todos y (en este caso) todas a marcar el paso. También es muy edificante ver a las diputadas del PP menospreciar a una concejala socialista que ha sufrido acoso machista y lo denuncia.

Eso me lleva a otra consideración más: ¿para qué nos gobiernan? Todos acusamos al Gobierno catalán de dedicarse al independentismo y no a gobernar. Es cierto, pero yo no arrojaría esa piedra si militara en un partido de Madrid dedicado a calcular sus opciones de mantener la mayoría o de quitársela al contrario, antes que ocuparse de la gestión de la cosa pública. Un ejemplo verdaderamente escandaloso es el de la cúpula del Partido Popular entregada a socavar a Ciudadanos solo porque ven que les va arañando votos. ¿Y si gobernaran y legislaran? No estaría mal. Hay más. En el tema de la libertad de expresión, se va extendiendo la idea de que es necesario endurecer sus límites. No falta nada para que se condene una opinión por ser maleducada. No olvidemos lo que ocurrió en París con el Charlie Hebdo y la muerte de sus redactores en un ataque islamista; oí opiniones que decían «claro, es que son una pandilla de groseros». Desde luego, pero ¿eso los hace acreedores a la muerte?

Pues hay un rapero al que meten en la cárcel por cantar idioteces y en Arco descuelgan una obra por faltar a la... ¿a qué? Este mundo civilizado y democrático subsiste gracias a que usted y yo y el prójimo podemos decir lo que nos venga en gana, expresar opiniones disparatadas o no y cantar la Internacional e incluso el Cara al sol (que me da dispepsia). Como decía mi madre, un poco de paciencia y todo acabará mal.

Solo nos queda de la última semana un momento luminoso y melancólico. Ha muerto Forges, el de la tierna ironía, el de las palabras inverosímiles y precisas. Nos cambió el lenguaje, nos hizo reír. Duele. En el cielo le espera un ángel con un muslamen generoso, un bocata y un cubata para compensar los rigores del trayecto. No le hicieron académico de la lengua porque son unos mohosos.

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