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Ruido político

Dos agencias de calificación acaban de anunciar que, por ahora, no rebajan nuestra nota de riesgo pese a la existencia de ruido político. Una de las principales entidades del ámbito financiero nacional incide en lo mismo, añadiendo que a los problemas territoriales deben sumarse los propios de la inestabilidad provocada por la dinámica de los partidos, con las consiguientes dificultades para aprobar presupuestos o avanzar en reformas.

Lo que apuntan todos estos observadores imparciales es la repercusión negativa en la economía de cualquier democracia tóxica, que anteponga el enfrentamiento al acuerdo. Este mal endémico no solamente altera la esencia democrática como fórmula de convivencia basada en mecanismos contractuales, sino que pone en peligro el sistema en su conjunto, y singularmente las cosas de comer.

Si las leyes son fruto de un previo consenso social, su vulneración constituye una agresión a dicho pacto ciudadano, que podrá adoptar diversas modalidades, desde las penales a las administrativas. De ahí que existan personas legítimamente sometidas a procedimientos criminales o que las normas dispongan la ilegalización de partidos nacidos para acabar con un determinado régimen. Quienes se dediquen a la política, por descontado que están sujetos a dichas medidas coercitivas si transgreden la expresión popular plasmada en esas disposiciones, lo propio que sucede con las formaciones que la amenazan. No es un frío precepto el que se viola en estos casos, sino el acuerdo de voluntades que lo ha posibilitado junto al resto del ordenamiento. Por este motivo, no hay "derecho a decidir", por ejemplo, sino a acordar dentro del marco jurídico establecido, como tampoco hay "presos políticos", sino personas dedicadas a ese menester que han podido delinquir.

Así las cosas, cuando se habla de ruido político se está subrayando la ausencia de esa conformidad en lo fundamental y la preponderancia de la disputa en la mayoría de los asuntos, incluso de forma ilícita, lo que aboca más pronto que tarde a callejones sin salida a los que se llega tras descender paulatinamente peldaños y más peldaños por la escalera de la prosperidad sin haber querido escuchar las razones del otro sino tratando de imponer a voces las propias o manteniendo estrategias electorales ridículas y pueriles.

El verdadero desafío pasa por convertir todo ese molesto ruido en música. Eso se logra cuando la madurez de las sociedades y los partidos descubre la imposibilidad de una democracia sin acuerdos, al menos en lo esencial. Donde eso sucede, no es necesario que ninguna agencia de rating venga a recordar qué hay que hacer, porque los riesgos desaparecen y la inquietud económica deja de existir, asegurando el bienestar.

La corriente de un portazo apaga una vela. El ruido político lo puede hacer con la economía. Avisados estamos.

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