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Limosnas regateadas

La caritas cristiana se parece mucho, por no decir que es lo mismo, a la compasión budista («Y mi corazón tomó la forma/de un cuenco de limosnas», canta tío Leonard). Ahora bien, es mérito de los malos curas (y monjes) y de toda suerte de feligreses acomodaticios, confundir ambos conceptos con la costumbre de echar una moneda en la boina del pobre y decirle, encima: «Y procure no gastárselo en vino». Quiero decir que las limosnas, muy escasas por lo general, hacen su papel y que fingir escándalo porque los de Oxfam fornicaran con putillas haitianas y porque los empleados sirios de la ONU ofrecieran a las refugiadas comida a cambio de sexo, es ignorar qué buscaban los turistas varones de este país, me refiero a España, en los años del período especial de Cuba. Solidaridad, claro: mucho cabrón hipócrita.

La Iglesia Católica ha protegido a pederastas recalcitrantes para que pudieran escapar de la justicia ordinaria, pero el trabajo de Cáritas es generalmente irreprochable. Si no se estremeció ante los abusos sexuales contra actrices de Hollywood, espere a conocer el capítulo Cómo abusaron de mi y de mis hijas los cascos azules de Tanzania. Sí, la condición del mono doblemente sabio, no es como para echar cohetes, vaya descubrimiento. Pero desconfíen de quienes organizan ordalías, y más aún ordalías contra los abusos sexuales, porque un soldado, un piloto de helicóptero o un distribuidor de paquetes de comida antepuso el titilar de su pilila a sus obligaciones de socorro.

Nada más humano que las faltas, ni más necesario que la ayuda a las víctimas de guerras y desastres y de la mala voluntad de los gobiernos poderosos para poner un cierto orden en sus zonas de influencia. Luego están los medios de comunicación de masas, que actúan con la lógica de las calles gremiales: aquí los juristas, allá los cerrajeros y cuando toca nieve, todos a Baqueira, lo que, hablando de corruptos, refuerza la percepción de su presencia universal. Y no me extrañaría que Theresa May haya destapado el caso Oxfam para ahorrarse el dinero que, por ley, ha de entregar a caridad. Es muy capaz.

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