Las ondas de inestabilidad se relevan en Europa con precisión milimétrica. El domingo las bases socialdemócratas dieron su nihil obstat al pacto de coalición que pone fin a cinco meses de interinidad y parálisis en Alemania. Ese mismo día, los electores italianos convirtieron a su país en el nuevo foco de agitación política al amortizar a sus formaciones tradicionales y entronizar en minoría a sus relevos: el populista Movimiento 5 Estrellas (M5E) y los ultras xenófobos de La Liga, faro sorpresa del centroderecha. El capítulo italiano añade un eslabón a la cadena de temblores que se alumbró en la larga noche española de 2015-2016, prosiguió con el referéndum del "Brexit" en junio de 2016 y tuvo un clamoroso refuerzo externo en noviembre de ese año con la elección de Trump, que, además, incorporó al imaginario europeo el fantasma de las interferencias rusas.

Con esos antecedentes, 2017 se presentó como un temible año plagado de trampas. Sin embargo, empezó mejor de lo que se auguraba, con Holanda poniendo fuera de juego a los xenófobos en marzo y con el bólido Macron deshaciéndose del Frente Nacional galo entre abril y junio. Estas dos citas confirmaron, no obstante, el hundimiento de la socialdemocracia -ya adelantado en la doble llamada española a las urnas- y el desplazamiento del centro político a la derecha, reforzado en el caso francés por la voladura de la arquitectura política tradicional en beneficio de la tecnocracia. Llegó entonces, mientras Cataluña aportaba su dosis de folclore desestabilizador, la cita alemana para confirmar que también en la roca más solida se tambalean los pilares clásicos: la CDU de Merkel, acusada de dar barra libre a los refugiados; el SPD de Schulz, vituperado por prestar cobertura a la austeridad de Merkel. Y ahora, Italia. Sinónimo más depurado del caos, por las venas italianas corren todos los males políticos. Si la escandalosa corrupción y descrédito de los grandes partidos alumbró en la España de los cinco millones de parados al Podemos que quiso y aún no ha podido, en Italia, esos vicios, multiplicados hasta el infinito, han convertido al M5S en primera fuerza política.

Pero mientras España no ha alumbrado aún una fuerza xenófoba, los 600.000 refugiados llegados a Italia estosaños han vuelto espolón de la ganadora coalición de centroderecha a la hasta ahora residual Liga (antaño Norte) por encima de Berlusconi. Los platos rotos los paga el gobernante centroizquierda del PD, ahora en la oposición. Los comicios dejan pues dos polos: el centroderecha (37%, coalición más votada) y el MS5 (32,7%, partido ganador), ambos en busca de apoyos para la mayoría absoluta. La derecha está más cerca, pero tiene menos caladeros que el MS5, mejor situado para fracturar el heterogéneo PD. Así las cosas, sólo hay dos certezas. Uno: esto es Italia y el panorama de las urnas es todo menos ingobernable. Dos: es curioso que apenas se hayan escuchado quejas de interferencia rusa en los comicios. Tal vez porque Italia está tan acostumbrada a sí misma que no necesita atribuir sus heridas a fantasmas exteriores.