Nosotras las mujeres, ya no aguantamos más. Hartas de venir al mundo, a veces con la mala suerte de caer en países donde nos sacrifican antes de nacer, porque somos bocas que no producen y que hay que alimentar. O donde nos casan en plena infancia, o nos mutilan o nos venden para el placer ajeno usando nuestros cuerpos sin permiso, sin preguntas, sin compasión.

Hartas de venir al mundo para parir criaturas como conejas como obligación impuesta por intereses ajenos. O para no parirlos porque no vamos a poder sacarlos adelante. O para hacerlo por encargo como negocio que a otros produce dividendos, a costa de convertir nuestro cuerpo en mercancía, en campo de batalla, en maquinaria de producción.

Hartas de un mercado laboral difícil para cualquiera, pero especialmente para nosotras a quien nos cierra la puerta en las narices a pesar de nuestra sobrada cualificación. Que nos ofrece salarios de miseria, doblemente humillantes porque son de cuantía inferior a los que otros perciben por trabajos de igual valor. Que debemos siempre demostrar el doble para conseguir la mitad, alcanzar siempre la excelencia y nunca, jamás sentirnos integrantes de pleno derecho del mundo laboral, sino sólo invitadas generosamente tratadas y por ello permanentemente agradecidas.

Ya no podemos más. Hartas de desempeñar unas funciones perfectamente delimitadas, absolutamente esenciales y completamente invisibilizadas. No podemos con jornadas dobles y triples. Dentro y fuera de la casa. Responsables del trabajo que sostiene el mundo, que nadie cuantifica, que nadie reconoce, que nadie paga. Ya no aceptamos poemas, ni elogios, ni palabras como premio a esa abnegación obligatoria que aprendemos desde la culpa y la responsabilidad asfixiante. Ya no nos vale.

Nosotras, las mujeres, estamos muy hartas de ser valoradas a peso , sólo por nuestra imagen, de ser objeto de exhibición y manipulación o convertidas en objetos, carentes de alma y de derechos que cualquiera puede utilizar para hacerse propaganda, para lanzar el mensaje que necesite para enriquecerse un poco más.

Nosotras, las mujeres ya no aguantamos más los manoseos, las agresiones, los abusos. No aceptamos que cuestionen nuestras denuncias, que duden de nuestra versión frente a esa otra que siempre existe, en la que nosotras somos las embusteras, las farsantes, las ignorantes, las exageradas o cargantes.

No toleraremos ni un día más esa falsa moral que nos exige encarnar al mismo tiempo la virtud y el vicio. Que nos ensalza y nos destroza. Que no mira por nosotras, sino a través de nosotras, sin vernos en realidad. No necesitamos más favores. Ni piropos, ni protección. Queremos derechos. Todos los derechos. Ni uno más que el resto de la Humanidad, pero tampoco ni uno menos.

Sobre todo el derecho a vivir. Sin verdugos, sin machismo criminal que nos extermina, una a una, día a día, cuando ve que sacamos los pies del plato y queremos bajar del pedestal en que nos colocan para adorarnos y explotarnos.

El 8 de Marzo vamos a salir a la Huelga, vamos a tomar las calles. Con alegría, con dignidad, con convencimiento, con mucho orgullo. Porque no vamos a pisar a nadie sino a dejar nuestra huella. Vamos a gritar, a cantar, a bailar y a dejar de trabajar. En todos los espacios y en todas nuestras tareas. Las visibles y las invisibles. Las que se pagan con salarios y las que hacemos sin retribución. Queremos hacernos ver. Queremos dejar de ser ignoradas, ninguneadas, olvidadas, penalizadas.

Nosotras, las mujeres, estamos hartas. Ni un día más. Ni una menos. Por nuestras hijas y nuestras nietas. Por las que, antes de nosotras, salieron a las calles y arrancaron el derecho a vivir, a trabajar, a votar. Para proclamar que si las mujeres paran, el mundo para, porque somos nosotras las que movemos el mundo.