Un día como el de ayer, el 8 de marzo de cada año, se reivindican los derechos cívicos y personales de las mujeres del mundo; se llama la atención, aunque sólo sea una vez cada 365 días, sobre la carga doméstica silenciada de todas ellas, sobre sus derechos laborales ignorados y sobre la falta de consideración social de las mujeres como personas actantes y pensantes de pleno derecho. Que todo el mundo conozca muy de cerca a varias mujeres que no sufren tales mermas no puede cegarnos ante la apabullante realidad.

Los orígenes del 8 de marzo son complejos; por una parte son producto de siglos de trabajo social y de pensamiento y, por otra, son mezcla de leyenda y realidad. La leyenda es necesaria, ya que nuestra retentiva histórica parece requerir de un mito y los nombres heroicos correspondientes para activarse. Y sí, hubo un incendio en una fábrica textil de Nueva York en 1911, pero fue un 25 de marzo, no el día 8. Las razones de ese cambio las explica la investigadora Ana Isabel Álvarez González en el libro Los orígenes y la celebración del Día Internacional de la Mujer, 1910-1945, publicado por KRK Ediciones en 2000.

El Día Nacional de la Mujer se celebró por primera vez el 28 de febrero de 1909 en Estados Unidos a instancias del Partido Socialista, y en agosto del año siguiente se proclamó en Copenhague el Día Internacional de la Mujer Trabajadora a propuesta de la alemana Luise Zietz apoyada por Clara Zetkin. Como consecuencia de tal decisión se celebró el primer Día Internacional de la Mujer Trabajadora el 19 de marzo de 1911 con las siguientes demandas: derecho de voto, derecho a ocupar cargos públicos, derecho al trabajo, a la formación profesional y a la no discriminación laboral.

Una semana después, el 25 de marzo, sucedió el incendio de la Triangle Shirtwaist Co. En dicha fábrica trabajaban medio millar de personas, jóvenes inmigrantes, hacinadas en un taller en los pisos octavo, noveno y décimo de un edificio construido en madera y con una escalera estrecha y tortuosa. Las medidas de seguridad eran nulas: los hombres fumaban en los talleres y las mujeres apenas tenían espacio entre una máquina de coser y otra, por lo que correr para salvar la vida era poco menos que imposible.

Según el periódico The Independent, "Los jefes mantenían la puerta cerrada con llave todo el tiempo para evitar que las chicas pudieran robar algo y las mujeres se amontonaron contra ella, golpeándola, tratando de derribarla. Esperábamos que las redes de los bomberos pudieran salvar a alguien, pero no eran lo suficientemente buenas para quien saltaba desde tan alto". El desastre tuvo tal repercusión mediática y política que hizo que se modificara la legislación laboral en Estados Unidos.

Las mujeres estadounidenses habían luchado por sus derechos a lo largo de todo el siglo XIX. Ya en 1848, dirigidas por Elisabeth Cady Stanton, Lucrecia Mott y Susan Anthony, formularon la Declaración de Séneca Falls, reclamando el voto para todas y el derecho a la propiedad, pues la ley les impedía heredar, con la consiguiente dependencia de los varones de su familia. En Inglaterra combaten por el voto y la educación Harriet Taylor Mill, Millicent Fawcett y las sufragistas Emmeline Pankhurst y sus hijas Christabel y Sylvia entre otras muchas.

En Rusia, a pesar del zarismo, hubo movimientos de mujeres desde 1860, y en 1907 Aleksandra Kollontai hizo un clarividente análisis de la situación de las mujeres en Los fundamentos sociales de la cuestión femenina: "Tras la subordinación de la mujer se esconden factores económicos específicos; las características naturales a que se apela son un factor secundario en este proceso". Pocos años después, en 1917, las mujeres rusas escogieron el último domingo de febrero para protestar por la sangría de soldados muertos en la Primera Guerra Mundial. Demandaban "Pan y paz", y recibieron el derecho al voto con el gobierno que siguió a la revolución. Según el calendario gregoriano, el domingo de la reivindicación correspondía al 8 de marzo.

A través de los avatares del siglo XX las mujeres siguieron organizándose y reclamando sus derechos allí donde les fue posible, hasta que, en 1975, la ONU reconoció el 8 de marzo como el día en que se hicieran visibles internacionalmente los problemas de la mitad de la humanidad y se oyeran sus reivindicaciones. Cabe preguntarse cuánto tiempo ha de transcurrir aún para que se acepten globalmente unas peticiones elementales, cargadas de lógica, y se lleven a cabo las soluciones necesarias.