Hay motivos para esperar que, más pronto que tarde, demos por concluida la legislatura. Quizás no en sentido estricto, pero sí en la práctica. Si entramos en modo "batalla electoral" antes de tiempo, aquí no gobernará nadie y anticipar las generales será la única solución. Malo sería recurrir a esta opción en tan breve periodo de tiempo, más aún después del fiasco de la legislatura anterior. Sin embargo, las condiciones actuales no son las más idóneas para afrontar los retos económicos, sociales y territoriales que se le presentan a este país en el corto y medio plazo. Urge solución.

Rajoy se apunta al "Resistiré" del Dúo Dinámico, convencido de que solo él puede salvar a este país los males que nos acechan. Y, en honor a la verdad, los principales indicadores socio-económicos han mejorado sustancialmente. Sería injusto olvidar la herencia que le dejó Zapatero con sus famosos brotes verdes, que acabaron siendo más marrones que las castañas. Otra cosa es que, el gallego, sigue fiel a su principio de no pisar charcos hasta que el agua empieza a ahogarnos. Y España tiene tanta agua por achicar, que no puede permitirse más gobiernos inestables.

Ya estamos en marzo y no hay visos de que los Presupuestos Generales del Estado (PGE) sean aprobados en breve. Y, de ser así, les preveo corta vida. Técnicamente no se trata de un obstáculo insalvable para poder seguir gestionando desde el ejecutivo. Si las Cortes no dan soporte a las cuentas económicas del país, el Gobierno está en su derecho -y obligación- de tirar de decretos y actuar a golpe de "ordeno y mando" aunque, eso sí, siempre dentro del marco legislativo que quede vigente. De ahí que puedan permitirse el lujo de enrocarse antes que verse obligados a despedir a una senadora investigada por corrupción o aceptar una subida de pensiones en base al IPC, condiciones nada leoninas que les imponen desde Ciudadanos para llegar a un acuerdo. Con eso bastaría pero, vistas las reticencias del Gobierno a asumir esas exigencias, Montoro aún no está en disposición de exponer sus números en las Cortes.

Mantener a la senadora Barreiro, por mucho que se defienda la presunción de inocencia, no tiene pies ni cabeza. Pero en el PP siguen negando la mayor, que no es otra que el creciente descrédito moral que están cosechando. Se encuentran tan dañados por la corrupción que no tiene explicación esta tendencia a seguir asumiendo riesgos. O sí, que hay motivos para dudar de que exista algo más debajo de las alfombras. Más les valdría cortar cabezas a tiempo, en vez de tragar la cantidad de sapos que vienen luego. Veremos cómo acaba justificando Rajoy su apoyo personal a quienes han mangoneado incluso con una visita papal. No aprende y, con su habitual inacción en este tipo de asuntos, solo favorece que la sociedad española siga asociando a los populares con la corrupción política. Y, por cierto, la patraña de utilizar los informes del Tribunal de Cuentas contra Ciudadanos les ha salido tan mal como escupir al cielo. Ya saben.

Dice Rajoy que las cuentas no dan para todo y, en parte, lleva razón. Hay que superar la habitual costumbre de que la oposición plantee quimeras imposibles. Burda demagogia porque, si se proponen acciones, también hay que indicar de dónde sacar los cuartos para financiarlas. Ahora bien, el presidente abusa de este recurso facilón de que no hay suficiente dinero. La cuestión estriba en priorizar lo que se carga a esas cuentas que, por cierto, son las de todos. En un Estado tan dado a regalar derechos como es el nuestro, bien haríamos en reducir el número de éstos y quedarnos con algunos menos, pero asegurar su viabilidad. Porque en este país tenemos derecho a todo, pero nadie nos garantiza que luego se cumplan. Encárguense primero de que la Constitución sea algo más que papel mojado -modelo de Estado, derechos al trabajo, vivienda, educación o sanidad- y, luego, ya hablaremos de nuevas promesas. Prioricen las cosas serias, las que nos unen y compartimos, y verán entonces cómo sí cuadran las cuentas.

Si los presupuestos se aprueban o no, dependerá de la previsión electoral de cada partido a corto plazo. En el PP se percibe cierto pánico por la pérdida constante de votos, que irá en aumento entre sentencia y sentencia. De ahí que prefieran alargar la agonía, en espera de que el temporal amaine. Mientras tanto, el PSOE opta por adelantar ya la cita electoral, una vez concluida la purga interna que ha dirigido un vengativo y poco integrador Pedro Sánchez. Su falta de apoyo a Elena Valenciano, para presidir el grupo socialista del Parlamento Europeo, evidencia nuevamente una fractura interna que se agrava con el declive que sigue manteniendo en la preferencia de los votantes. Para ellos también es urgente frenar la sangría de votos y, en lo posible, recobrar algunos de los que se le escapan por la izquierda. Y darse prisa, no vaya a ser que empiecen a enfrentarse las distintas "sensibilidades" del partido y Sánchez vuelva a pisar la calle.

Rivera y los suyos siguen recolectando los frutos que les llegan de uno u otro lado, especialmente desde su victoria en Cataluña. Para los de Ciudadanos la cuestión se restringe a cuándo tomar la decisión de forzar las elecciones, antes de alcanzar un punto de inflexión en su crecimiento. La cuestión estriba en mantener la apuesta o recoger ya los dividendos obtenidos. Y, concluyendo con los cuatro partidos mayoritarios -recuerden que ya no hay dos, sino cuatro-, en Podemos también deben ir pensando que el mesianismo de Iglesias mantiene su declive y es momento de afianzar posiciones con nuevos comicios, antes de que acaben disgregándose sus "confluencias". En conclusión, la tormenta perfecta para que nos veamos en breve metiendo, otra vez, el sobrecito en la urna.

La conclusión es que hemos entrado en periodo electoral cuando aún no llegamos al año y medio de legislatura. Puede que ustedes crean que, en la política, hay que estar continuamente dándole caña al contrario. Discúlpenme, pero no comparto esa visión. Hay momento para repartir estopa -la campaña electoral- y otro, mucho más extenso, para colaborar en el bienestar de un país; bien sea desde el gobierno, bien en la oposición. En ese punto estamos y, todo cuanto nos aleje de esa finalidad, acabará dañando la vida diaria de los españoles. Gobernar exige dejar en segundo término el componente emocional y priorizar la reflexión. En las refriegas electorales predominan las emociones, porque éstas son las que finalmente deciden el voto. Pero, cuando corresponde gestionar y hay que poner en práctica las medidas que mejoren la calidad de vida de la población, debe ser la capacidad reflexiva la que predomine sobre las vísceras. Y, para ello, hay que disponer de una estabilidad parlamentaria algo más consistente que la que hoy caracteriza a este país.

En fin, o se gobierna o se vota. Pero basta de experimentos, que de eso ya andamos bien resabiados.