«El fonament essencial d´allò humà./L´equilibri de grandeses i misèries./La interpretació dels silencis./Els fragments minúsculs de felicitat». Enric Martínez Piera (Aiora,1959)

lo que importa es la vida, lo humano. Ni la socialdemocracia ni el discurso igualitario ni el neoliberalismo han conseguido poner al mundo en su órbita. Si es cierto que Catalunya no dispone de los resortes para ejercer la independencia, sí puede desestabilizar España. Nadie recuerda que cuando Carles Puigdemont, expresident exiliado en Bruselas, accedió al Palau de Sant Jaume, pregonó a los cuatro vientos que su mandato era circunstancial y tenía fecha de caducidad. Que no repetiría. Su objetivo era retornar a su Girona natal. Artur Mas no estuvo fino en la selección y selló su salida con una opción imprevisible.

Efecto bumerán. Mariano Rajoy y su entorno más recalcitrante, cometieron el error de liquidar a Mas y los restos de Corvergència i Unió. Habían sido sus socios y el seguro para la estabilidad de Catalunya en el contexto español. Desde entonces, Catalunya no se ha recuperado ni ha vuelto a ser la locomotora del Estado español. Los catalanes no han digerido ni perdonan que tres expresidents de la Generalitat -Jordi Pujol, Mas y Puigdemont- estén encausados judicialmente, mientras varios candidatos velan sus armas en presidio. En marzo de 2018, la batalla de Catalunya -epicentro del debate territorial- junto con la escalada de igualdad para la mujer y la revolución de los pensionistas, tienen al gobierno minoritario de Rajoy contra las cuerdas. Desde el 21D y vía el 155, en Catalunya gobierna el PP. El partido que no obtuvo ni el 5 % de los votos. La democracia se resiente.

Marco europeo. Desde 2010, negros nubarrones de xenofobia e intolerancia se ciernen sobre el continente europeo. Se quisieron ver como un temporal pasajero. Los más avezados advirtieron que el fascismo renacía enmascarado entre banderas, cánticos, totalitarismos, nacionalismo excluyente y el espantajo del populismo. Cuando la misma etiqueta sirve para identificar movimientos radicales, a derecha e izquierda, una trampa asoma debajo de su ambición de poder a cualquier precio. Los resultados de las elecciones italianas están teñidos de exclusivismo reaccionario y populismos indescriptibles. Planea, como oportunidad, moderar el Movimiento 5 Estrellas, la opción más votada, con el apoyo condicionado del Partido Democrático. Donde fue inmolado el efímero ex primer ministro europeísta Enrico Letta, a manos de su sucesor, ya caído, Matteo Renzi. La socialdemocracia europea no recupera el pulso ni el factor estabilizador de la experiencia. Angela Merkel en el próximo gobierno alemán de coalición CDU-SPD-CSU tendrá un Ministerio del Interior y la Patria, de lectura inquietante.

Fascismo. La realidad ha de convencer a los demócratas del Viejo Continente de que el adversario ya no se camufla. Es el fascismo de siempre reavivado con diferentes peculiaridades y ecos, contagiado del brexit anglosajón y del vértigo estadounidense desde la presidencia de Donald Trump, inquilino de la Casa Blanca con menos votos que su contrincante demócrata, Hillary Clinton. Un serio revés para la Europa unida, que ya identifica al republicanismo norteamericano entre los enemigos de sus intereses y principios. En paralelo se extiende el fascismo latente en Holanda, Austria, Suecia, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Polonia, Grecia y ahora Italia. Ucrania, Rusia y Turquía padecen el mismo mal. Como telón de fondo, los zarpazos de la guerra comercial se extienden al incremento de aranceles al acero, aluminio y materias primas, en una contradictoria escalada proteccionista. Para los intereses autárquicos el librecambio que lidera la Unión Europea -junto con China, Japón y Canadá- es un enemigo a abatir. Así lo evidencia Trump. La confrontación euro-dólar no se perdona.

Autobuses y tranvías. En el artículo Si las mujeres mandasen, del periodista Gaziel, publicado en 1928, se analizaba, con visión precursora, el papel de la mujer en la política y decía humorísticamente: «Hombres y mujeres son seres humanos, como autobuses y tranvías son medios de transporte». Todos útiles, todos necesarios y finalmente complementarios. Aunque anacrónico, el desmadre machista es reciente y ligado al positivismo neoliberal que maduró en el siglo XX. Para el gobierno de Mariano Rajoy es una pesadilla que no acierta a enfocar. Lo demuestra la salida extemporánea del presidente del Gobierno al rehuir con displicencia la igualdad salarial entre ambos sexos y el lío en que se han metido sus correligionarias -Dolors Montserrat, Isabel García Tejerina, Cristina Cifuentes- con la protesta femenina del 8M, al optar por la huelga de celo «a la japonesa», que en Japón desconocen. El PP llega tarde a defender que mujeres y hombres no son iguales, aunque han de tener idénticos derechos y obligaciones. Gaziel en 1928 lo tenía claro: «Está demostrándose que si las mujeres mandasen no ocurriría nada malo, y en cambio, se producirían no pocas cosas buenas». Es descabellado ignorar la reivindicación femenina a escala universal. Los pensionistas van detrás.