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Espartaco

Espartaco, que muchos recordarán como la encarnación de Kirk Douglas, fue un célebre esclavo que en el siglo I a.C. decidió que quería ser libre. Su rebelión tuvo en jaque a la Roma de los emperadores. El hombre, un verdadero héroe ahora y una molesta amenaza entonces, llegó a tener un ejército de 120.000 libertos que se pasaron dos años recorriendo Itálica de arriba abajo y sacudiendo mandobles a las legiones del Imperio. Los dos años que tardaron en ser derrotados y diezmados.

Sirva esto como ejemplo de los riesgos que amenazan a las esclavas de hoy en día. El pasado jueves 8 de marzo se manifestaron por el mundo entero y en especial por España, para reivindicar su libertad, su dignidad o una cosa tan simple como su derecho a trabajar y cobrar lo mismo que los hombres.

Las manifestaciones y la huelga salieron muy bien (no como las que organizan los sindicatos) y casi no fueron necesarios horarios mínimos ni piquetes dando la lata. No hubo que forzar a mujer alguna para que asistiera y solo quedaron en sus puestos muchas autónomas solitarias y muchas enfermeras de turno en su labor humanitaria. Nadie engañaba a nadie ni hacía demagogia.

Los enemigos de Espartaco y su gente eran las legiones romanas. Los de la mujer ahora son los consejos de administración y los jefes de departamento. Y los políticos, no hay que olvidar a los políticos, esos supuestos administradores de la cosa pública.

Pasado el 8 de marzo (menos mal que a nadie se le ocurrió que fuera el día de la mujer trabajadora, haciendo de la exigencia de igualdad una simple cuestión laboral), se diría que la sociedad ha dado un suspiro de alivio con un colectivo «bueno, ya se les pasará». Esto, piensan muchos, hay que apoyarlo de boquilla con grandes declaraciones que duran lo que tarda en ofrecerse un mísero trabajo temporal a cualquier candidata bien cualificada.

Los políticos, por cierto, no han comprendido nada. No se ha apreciado cambio alguno de mentalidad o de voluntad para enderezar la situación a partir de hoy mismo. Nos dicen que es preciso hacer las cosas bien y que para eso es necesario ir despacio. Todo lo despacio que sea preciso para llegar a no hacer nada. O como diría el joven Tancredi Falconeri en El gatopardo, «si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie».

La escandalosa falta de reflejos de los políticos españoles con Mariano Rajoy al frente (¿recuerdan su intervención en la radio cuando, preguntado por la equiparación de salarios, dijo, nervioso, «este no es el momento de hablar de eso»?). Pero peor aún ha sido el comportamiento de varias ministras de su gobierno recomendando una huelga a la japonesa, es decir trabajando más, o asegurando no creer en las etiquetas de feminismo. ¿Y qué me dicen de Dolores de Cospedal leyendo, ¡leyendo!, un breve texto asegurando que, para feminista, ella?

La huelga del jueves pasado y la ristra de manifestaciones imparables recibidas con calor por la ciudadanía ponen una vez más de relieve la desconexión entre el pueblo y los políticos. Poco faltará para que el gobierno se apropie el mérito de una jornada alabada en el mundo entero. Oiga, no ha sido el gobierno; han sido las mujeres. Faltará aún menos para que nos digan que el éxito de la huelga es la expresión de la Marca España que demuestra lo estupendos que somos.

Una vez, siendo yo cónsul, demostré a un enternecedor vejete que era el heredero de una fabulosa fortuna de un virrey del Perú por el hecho de estar su linaje directamente ligado al matrimonio de santa Teresa de Jesús con san Juan de la Cruz. Nos dio la locura a los dos y se fue feliz de mi despacho. A los tres minutos volvió y me dijo: «¿Y ahora qué hacemos»? No quería que se derrumbara el sueño inocente de su vida. Compré pergamino y tinta china y le dibujé un árbol genealógico.

¿Y ahora qué hacemos, pues? Este no es un sueño inocente sino una ensoñación aguerrida. Nuestra misión como sociedad consiste en exigir sin desmayo que todo cambie a partir de hoy. La fuerza del feminismo es imparable y si los políticos no lo comprenden, acabarán barridos de la vida pública, como Harvey Weinstein o Kevin Spacey. Parecía imposible pero no es broma. El feminismo es por fin un movimiento imparable. Ya no se trata del sufragio universal o del derecho al pasaporte sino del derecho absoluto a convertirse en un ser humano.

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