Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Basta

Mi añorada abuela materna solía insistirme en que si alguna vez algún hombre osaba levantarme la mano cogiera el objeto que tuviese más cerca, una silla, un jarrón, lo que fuera, decía, y se lo pegara en la cabeza. Literalmente. Era tremenda, mi abuela.

Afortunadamente nunca he tenido la necesidad de aplicar el consejo de mi queridísima antepasada, pero créanme que lo haría sin dudarlo si se diera el caso.

Sin embargo, como la mayoría, sí que no me queda más remedio que convivir con distintos grados de machismo prácticamente a diario. El más habitual, ese que algún lumbreras decidió calificar como micromachismo, aunque ya saben ustedes que el tamaño es uno de los tantos conceptos subjetivos que dependen del ojo del observador y, sobre todo, de con qué se compare: gestos como que el camarero me sirva a mí el cortado o la tónica y a mi acompañante masculino el café sólo o el cubata cuando en ambos casos he sido yo quien se ha decidido por lo que a todas luces el buen hombre considera una bebida masculina, que desconocidos de distintos sectores profesionales, incluido el propio, se dirijan a mí llamándome 'guapa' o 'bonita' mientras que a los varones los tratan de don, que sea yo la que pida la cuenta en un restaurante y a pesar de ello se la ofrezcan a mi acompañante masculino, que en entornos formales, a la hora de despedirse, los hombres me "regalen" dos besos mientras les estrechan la mano a los representantes de su mismo sexo... Y podría seguir enumerando un rosario de ejemplos tan irritante como habitual. Gestos trágicamente y con toda probabilidad imperceptibles para muchas y desde luego insignificantes para casi todos ellos, que demuestran de manera irrefutable lo presente que sigue estando aun hoy el machismo en nuestra sociedad, aunque en muchos casos sea de manera casi inapreciable.

Obviamente, no podemos comparar estas arcaicas perlas de tan mal gusto con el horror que sufren las víctimas de violencia machista que tristemente protagonizan la sección de sucesos de los distintos espacios informativos casi cada día. Ni siquiera con la pesadilla de soportar, por falta de madurez, de autoestima o de ambas cosas, un novio celoso, la indignación de presenciar como una madre exime a tus hermanos de cromosoma equis-y de las tareas del hogar, o la perplejidad de que un compañero de vida alardee de "ayudarte" en las tareas del hogar común. Pero sí puedo afirmar sin miedo a equivocarme que todos estos gestos, desde los más grandes hasta los más pequeños, forman parte del monstruo cuya alargada sombra se cierne aún hoy sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres de este país.

Pero las mujeres hemos dicho basta. Basta de tolerancia para nada de esto. Basta de discriminación, incluso de la supuestamente positiva. Basta de acoso, de condescendencia, de sumisión, de maltrato y de paternalismo. Basta de cobrar menos trabajando más, de trabajar más para demostrar lo mismo, de demostrar más para llegar a lo mismo. Basta.

Viene siendo hora ya, papás y mamás, novios y maridos, hermanos y cuñadas, suegras y jefes, de que no me traten con deferencia, sino con respeto, ni con galantería, sino con equidad. No necesito que me protejan ni que me salven. Necesito que me dejen ser libre por fin.

Compartir el artículo

stats