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Sobre la huelga y otros deseos

Siento que las huelgas, desde hace unos años, son acciones sociales más simbólicas que efectivas. Su importancia como símbolo no es menor, ojo. Ahí está la huelga feminista como ejemplo. Pero percibo que el derecho a la huelga es un paripé

Como si descubrieses de repente quién era Keyser Söze, resultaba inquietante identificarlos. Su argumento me era familiar en su insolencia. Decían cosas como «pero... ¿para qué hace falta una huelga feminista? Si hiciésemos una huelga solo de tíos se nos echaban encima». Eran los mismos que cada 28 de junio reclaman un día del orgullo hetero. Los que siempre se comparan, poniéndose como ejemplo, ignorando que son la norma. Los que aún no han comprendido -o prefieren no comprender- que en esta sociedad, edificada sobre siglos y siglos de tradición y exclusión, solo por nacer con un género masculino, con una genitalidad masculina, ya eres un privilegiado.

Yo lo era hasta que la categorización dictaminó que la cagué con una orientación sexual inadmisible. Como en una revisitación del pecado original, fui expulsado del paraíso para ocupar un lugar en el grupo mixto de la diferencia. Para los de siempre, esa diferencia era estigma; para mí acabó siendo una cuestión de dignidad.

En la mayor parte de las ocasiones, el privilegio se alcanza. En otras, las más injustas y cuestionables, se hereda. Nacer hombre, blanco, heterosexual y occidental es comenzar la partida desde el vértice de la pirámide. A partir de ahí, todo se reduce a conseguir mantener el estatus y las prebendas. Independientemente de la combinación que hagamos de esos cuatro ítems, todas tendrán un denominador común: hombre. Ya sea negro, árabe, gitano, gay, musulmán o siberiano. Por eso, como primera tesis, apoyé la huelga de la mujer del pasado jueves. Porque me gustaba la idea de imaginar un país a medio gas cuando ellas deciden parar.

Pero me gustaría aún más que hoy, casi una semana después, hubiera alguien trabajando para acabar con la brecha salarial, con el techo de cristal. Alguien planteando abiertamente la falacia del reparto de tareas domésticas y pensando en cómo implantar esa norma de convivencia en los hogares, desde la realidad y no desde las buenas intenciones. Alguien cuestionando los roles de género y legislando contra la discriminación. Alguien reivindicando la sexualidad femenina sin puritanismos ni concesiones. Alguien educando en la igualdad de derechos y la diversidad de las conductas.

Escribo esto porque siento que las huelgas, desde hace unos años, son acciones sociales más simbólicas que efectivas. Su importancia como símbolo no es menor, ojo. Ahí está la huelga feminista como ejemplo. Pero percibo que el derecho a la huelga es un paripé. Creo que se ha convertido en un medio de expresión del desencanto o la indignación ciudadana pero pocas veces sirve para algo. En el sector público, porque no están en juego los beneficios de la empresa. En el sector privado, porque la reforma laboral ya se encarga de que nada cambie. Y luego estamos los autónomos que por no tener, ni derecho a huelga tenemos. Para el poder, la huelga es un pulso desigual, una travesía subacuática en la que ellos disponen de bombonas de oxígeno y los y las huelguistas bucean a pulmón. Nuestro derecho a huelga está regulado como un pulso desigual.

Tal vez por eso Albert Rivera dijo que Ciudadanos no apoyaría la huelga feminista porque ellos no eran «anticapitalistas». Quizá es de los que piensa que el capital está por encima de los seres humanos. He crecido en un sistema capitalista, ignoro las otras opciones. Me gusta cobrar por mi trabajo -y si puede ser bien, mejor- para gastarme el dinero en lo que me dé la gana. Puede que eso me convierta en consumista, pero desde luego no me hace impermeable a la injusticia social. El líder de Ciudadanos dijo que no se podía confundir capitalismo con feminismo. Opino que casi todos los ismos llevan implícito un debate, un recuestionamiento de sus principios, un avance y, en medida de lo posible, una mejora. Curiosamente, el capitalismo no solo se mantiene estanco, sino que se ha envilecido hasta la inmoralidad. O sea, que desconozco si el feminismo actual es mejorable pero el capitalismo indiscutiblemente sí. Y si no, que Rivera converse un ratito con el economista Aldo Olcese para que le asesore en capitalismo humanista y sobre la necesidad imperiosa de enfocar las relaciones económicas desde un punto de vista menos mercantilista y más de corazón.

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