Camino a París, donde nos espera el choque entre el Real Madrid y el PSG, un club billonario con gasolina catarí, con la papeleta de acceder a los cuartos de final, lo que supondría estar un paso más cerca de la 13ª. Los bocadillos de jamón ibérico que se venden a precio de oro en los coquetos estaribeles del Adolfo Suárez-Madrid-Barajas contienen finas láminas de pernil de Guijuelo, casi imperceptibles, que menguan en retroceso constante, a la luz del cálculo adulterino basado en una filosofía low cost: abundante pan vs. escaso jamón. Me he quejado, calmosamente, a las que atienden al efímero viajero, de la poca cantidad de producto en relación al precio, pero me temo que las púberes vendedoras no van a conseguir cambiar el modelo de negocio de unos avispados empresarios que han sembrado el país de bocadillerías.

Jack Nicholson, que ha cumplido 80 años, está recuperándose de los problemas de memoria que sufrió en 2013, cuando se supo que el actor se había visto obligado a apartarse de la interpretación porque «no era capaz de recordar más de tres líneas de texto». Lleva siete años alejado del cine y se le pudo ver hace unos meses en un partido de baloncesto, junto a su hijo Ray. Reaparecía públicamente con un aspecto desmejorado que podría delatar, a juzgar por su camisa desabrochada y la progresiva e indisimulada obesidad, los síntomas de un abandono. Bordeando el síndrome metabólico. Por voluntad propia, Nicholson permanece alejado del mundo del cine, aunque hace unos meses se filtró su intención de trabajar en el remake norteamericano del éxito alemán Toni Erdmann.

En otra inolvidable película, Cuando menos te lo esperas (Something´s Gotta Give), Jack Nicholson -Harry- era un solterón recalcitrante que sólo sale con mujeres mucho más jóvenes que él. Con su última conquista, había planeado un romántico fin de semana en los Hamptons, la playa chic de Nueva York, donde está la maravillosa casa de la madre de ella. Harry sufre un infarto y la madre, Erica (Diane Keaton), una escritora divorciada, acepta cuidarlo hasta que se reponga. Harry, que tiene los síntomas de los Démons du Midi, se asombra, al darse cuenta de que se siente atraído por ella. Pero Erica, al final, también corteja a un joven médico (Keanu Reeves). Una vez recuperado, Harry vuelve a su casa y a sus viejos hábitos. Sin embargo, la relación con la madura madre de su pareja ha alterado su vida y sus sentimientos.

En un momento final del filme, aparece Le Grand Colbert, una brasserie parisina por la que sentí deseos de conocer cuando vi la película y que ha estado esperando desde hace tiempo en la agenda de las asignaturas pendientes. Robert, un taxista taciturno y educado, que no es devoto más que de la selección nacional francesa, me advierte que el PSG es un equipo individualista y poco solidario. El resultado del partido lo corrobora.

Con obras en cada esquina, París no se libra de los atascos, hasta que se llega al barrio de destino, detrás del Palais Royal, muy cerca de la Ópera y al lado de la biblioteca nacional. Paraíso de la belle époque, con grandes bulevares y edificios de arquitectura modernista, queda el legado de nobleza y opulencia que dejó el siglo XIX. Lo que resulta improbable es que su alcaldesa, gaditana, se dedique a revocar la memoria histórica, invocando razones ideológicas. Lo mismo que ha hecho el teniente alcalde de Barcelona, que acaba de retirar la estatua del marqués de Comillas, invocando conductas pasadas que no pueden ser objeto de semejante amasijo de ira y odio, 200 años después.

La calle donde se ubica Le Grand Colbert, cerca del Louvre, es angosta y fue el escondite elegido por Diane Keaton para celebrar la cena de su cumpleaños. Ella ha sido, a contracorriente, la reciente defensora del gran Woody Allen, en tiempos de inmisericorde revisionismo del pasado. En Le Grand Colbert se rodó una de las últimas escenas de la película con el trío, la pareja y el joven médico (Keanu Reeves) que trató de conquistar a Erica quien, al final, lo cambió por Harry. Parisina hasta los cimientos, con mesas de mármol, baldosas de mosaico, un laberinto de mesas muy juntas, grandes espejos, enormes kentias y espectaculares lámparas, que delatan un ambiente bohemio, romántico y relajante, que permite disfrutar el momento.

El sitio perfecto para una cena de película. En el comedor pompeyano, con aire cinematográfico, el menú elegido fue festivo: Foie de Canard, Crevettes grises (del Mar del Norte), Escargots de Bourgogne y Steak au poivre. Sin espacio para el mejor pollo asado de París, que disfrutó Erica en la última cena. Tampoco, para el lenguado meuniere, que, como dice un castizo, «este pescado debe ser el que le sirven a Dios cuando está de buenas». El precio, elevado. Ya se sabe que a las personas que van cumpliendo años, todo les parece caro. Ni siquiera fue posible almorzar en la mesa de la película, porque estaba ocupada. Sabía que, si se pedía, te prestan la plaqueta de la película. Pero no se intentó.

En la misma calle del Colbert (Rue Vivienne) vivió, en el Hotel de los Extranjeros, el libertador Simón Bolívar, quien después se mudó a Lancry. Cerca quedan las galerías de madera del Palais Royal, sitio inmortalizado por Honoré de Balzac y Emile Zola y las galerías Vivienne. Al concluir el almuerzo, camino del hotel, recibo una llamada en la Place des Victoires: «Ahora es cuando vas al puente y lloras». Acabo de salir del restaurante en que se produjo la reconciliación de Harry y el mensaje me paralizó. Hasta que llegó el triunfo español que nos hizo trepidar de alegría.