Virginia Woolf nos advertía, en una sutil conferencia publicada en 1929, titulada Una habitación propia, cómo «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas». Woolf observaba que las mujeres habían sido apartadas de la escritura debido a su pobreza, y sólo con autonomía económica, conseguirían el resto de las autonomías y la libertad para escribir y ser independientes. Este libro, aparentemente literario, afirma cómo una mujer está capacitada si sabe leer y escribir, si tiene educación, habilidades productivas, acceso al capital y confianza en sí misma. Podría añadir que, además de la responsabilidad de nuestra propia educación, debemos sumar la de nuestras hijas e hijos que tanto nos importan. Es la familia y la socialización primaria la que marca pautas y fija patrones de comportamiento a lo largo de toda la vida.

Entre los numerosos obstáculos que impiden a las niñas y mujeres ejercer su derecho a estudiar, obtener un diploma y beneficiarse de la educación, se encuentran la pobreza, el aislamiento geográfico, la pertenencia a una minoría, la discapacidad, el matrimonio y el embarazo precoces, la violencia de género y las actitudes tradicionales relacionadas con el papel de las mujeres.

La equidad de género y la eliminación de prácticas discriminatorias implican una acción colectiva. Las mujeres solamente pueden alcanzar las mismas posiciones que los hombres si existe una igualdad de oportunidades, ya que seguimos enfrentándonos a una discriminación sistémica. No podemos caer en la idealización de la educación, aunque sea una base fundamental y necesaria, ya no es la fórmula magistral para resolver los problemas en un mundo global. La educación escolar y la mejora de la sanidad pública no conlleva adelantos políticos. Es evidente que la educación escolar por si misma no aumenta la presencia de la mujer en la política; aún más en el caso de un país como España, con tantos recortes presupuestario en los colegios y en las universidades públicas. Así que cuando creíamos en el siglo XXI como el siglo del conocimiento y apostábamos por el capital intelectual como el más importante a lo largo de nuestra vida, ya no nos parece suficiente. La educación por sí misma no proporciona todas las herramientas necesarias para trabajar de manera colectiva y desarrollar estrategias para la necesaria transformación social. Necesitamos además diseñar y desarrollar políticas públicas para construir la sociedad civil y fortalecer las instituciones democráticas.

Es interesante destacar cómo las nuevas teorías políticas y los observatorios más innovadores como la Encuesta Mundial de Valores (World Values Survey, WVS), que recoge datos empíricos sobre actitudes y valores humanos de la población mundial sobre temas tan relevantes como el apoyo a la democracia, la tolerancia hacia extranjeros, la igualdad de género, el impacto de la globalización, la cultura, la diversidad, la política... defienden el postmaterialismo y el empoderamiento creciente del ciudadano con un mayor reparto de las élites y una nueva cultura política que trata de rectificar las separaciones y desacuerdos entre sexos en la nueva era globalizada.

Es una situación paradójica, porque a mayor desarrollo e igualdad, crecen exponecialmente los peligros y amenazas en la nueva era globalizada. Vivimos en un mundo cambiante, competitivo y cada vez más dependiente de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC). Las poblaciones que no estén desarrolladas ni digitalizadas serán analfabetas digitales. Apartadas de los modelos de cambio y de negocio que mueven el mundo y sólo serán mano de obra barata a merced de los grandes grupos de poder tecnológico y económico. Vemos como el empoderamiento de la sociedad civil y de la mujer en la democracia está siendo más amenazado que nunca.

Podemos advertir como a consecuencia de la globalización, las diferencias y los cleavages entre las posiciones sociales aumentan. Esto significa que las profundas fisuras y diferencias son cada vez mayores. Problemas como los fundamentalismos, las migraciones y deslocalizaciones están cada vez más presentes y también el aumento del tráfico y de la trata de mujeres por importantes redes internacionales. No podemos estudiar estos fenómenos de forma separada, sino que están estrechamente relacionados.

La globalización es un fenómeno complejo y contradictorio que crea paradojas. Aparentemente beneficia a las mujeres con un mundo mejor comunicado, pero eso no asegura su mejora en la educación y el conocimiento y la igualdad de oportunidades. No caigamos en el engaño, ni la educación, ni la atención médica están globalizadas. Más de medio millón mujeres mueren en el parto al año. Y las mujeres representan dos tercios de los 750 millones de adultos que carecen de conocimientos básicos de alfabetización. 16 millones de niños nunca irán a la escuela, según cifras de la Unesco.

La igualdad de género es para la Unesco una prioridad mundial junto a sus esfuerzos para promocionar el derecho a la educación. La Agenda Mundial de la Educación 2030 reconoce que la igualdad de género requiere un enfoque que «garantice no sólo que las niñas y los niños, las mujeres y los hombres obtengan acceso a los distintos niveles de enseñanza y los cursen con éxito, sino que adquieran las mismas competencias en la educación y mediante ella».

Según fuentes del Instituto de Estadística de la Unesco, existen, dependiendo del contexto, grandes desigualdades de género en el acceso, el logro del aprendizaje y la continuación de la educación, resultando ser las niñas, en general, las más desfavorecidas, aunque en algunas regiones del planeta también los niños se encuentran en desventaja, pero aún existe un mayor número de niñas sin escolarizar que de niños: 16 millones de niñas nunca asistirán a la escuela. Las mujeres representan dos tercios de los 750 millones de adultos que carecen de conocimientos básicos de alfabetización.

La igualdad de género significa que las mujeres y los hombres gozan de la misma condición y tienen las mismas oportunidades para hacer efectivos el disfrute pleno de sus derechos humanos y su potencial a fin de contribuir al desarrollo nacional, político, económico, social y cultural y de beneficiarse de sus resultados. Por lo tanto, la inequidad de género -y más específicamente la discriminación sustentada en el género- es un atentado a un derecho humano fundamental y un obstáculo para la paz y el desarrollo. Para la Unesco, igualdad de género significa igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades para mujeres y hombres y para niñas y niños.

La palanca es una máquina simple cuya función consiste en transmitir fuerza y desplazamiento. Se utiliza para ampliar la fuerza mecánica que se aplica a un objeto, para incrementar su velocidad o distancia recorrida, en respuesta a la aplicación de una fuerza. Este principio de la palanca de Arquímedes, además de ser una ley física de primer orden, simboliza la posibilidad de que en una relación entre dos realidades de diferente volumen o cualidad, la aparentemente perdedora o considerada inferior, en virtud del justo apoyo, puede vencer a la otra. Las mujeres sabemos que para levantar el mundo es necesario un punto de observación fuera del mundo. Y la educación es la base de ese cambio y su transformación. Simone Veil, la primera mujer elegida presidenta del Parlamento Europeo en 1979 y, superviviente del Holocausto, decía que «sólo el equilibrio aniquila la fuerza». Creo que esta es nuestra mejor estrategia; pero no se puede consolidar los derechos ni avanzar sin una posición política estratégica acorde con la realidad compleja que vivimos.

Una palanca desde la que podamos salvaguardar logros y seguir avanzando en una realidad contradictoria como en la que nos encontramos frente a un cambio de paradigma tecnológico y social que nos afecta profundamente. Es cierto que el feminismo está ejerciendo más influencia sobre las agendas nacionales e internacionales. Si sus temas se incluyen en las agendas políticas, serán cuestiones de interés que crearan marcos de pensamiento que permeabilizarán a través de los medios de comunicación, frente al mutismo político y el sometimiento del patriarcado que ha marcado sus pautas durante siglos.

Esta palanca de transformación que ha sido la lucha feminista-sufragista durante siglos se apoyaba en el saber y el conocimiento como el verdadero fundamento de la libertad y la igualdad. Para el feminismo sufragista no ya la educación, sino el reconocimiento de los derechos educativos, lo fue todo. Entendieron perfectamente como estaban vinculadas democracia y meritocracia. El sufragismo concitó todos los diversos frentes hacia la demanda articulada del voto.

La filósofa Amelia Varcárcel, la segunda mujer, tras Josefina Gómez Mendoza, miembro del Consejo de Estado, nos advierte como «el feminismo es una de las filosofías políticas ilustradas que más ha contribuido a cambiar la entera faz del mundo que habitamos. Lo viene haciendo durante los tres últimos siglos. Pero le queda mucho por andar». Argumenta que el problema más acuciante de las mujeres hoy es que «la mayor parte del poder está en manos masculinas y los varones se resisten, incluso de forma violenta, a compartirlo» y me viene a la mente el nuevo término de «feminazi» que parece un insulto más a una lucha históricamente tan necesaria y que a su vez ha defendido los derechos humanos sin distinción.

Analicemos muy rápidamente la historia del sufragio femenino con fechas y datos que por sí mismos arrojan información acerca del estado de la cuestión. Contarles además, lo que asombra a mis alumnas y alumnos, cómo, en la mayoría de países, el sufragio femenino ha sido el que ha llevado al universal y su reciente aprobación en las democracias occidentales. Sólo en tres países -Nueva Zelanda, Australia y Finlandia- las mujeres hace más de un siglo que pueden votar. Estados Unidos y Sudáfrica legalizaron el voto de las mujeres en 1920 y 1930 respectivamente, pero hasta 1965 en EE UU y en 1994 en Sudáfrica sólo podían votar los blancos.

El resto de democracias occidentales se fueron añadiendo más tarde; entre los últimos, Liechtenstein, que aceptó el voto femenino en 1984, y Suiza, uno de los países europeos más ricos, que otorgó el voto a las mujeres en 1971. En España, el sufragio femenino fue reconocido en 1931. La dictadura anuló las elecciones libres y con ello, obviamente, tanto el sufragio masculino como el femenino. No fue hasta la Transición cuando los votos libres de ambos géneros se volvieron a ejercer en 1976. Una fecha aún reciente en nuestra democracia.

Simone de Beauvoir, en el ensayo feminista y de pensamiento ilustrado más importante del siglo XX, El segundo sexo, dice que «la misma mujer reconoce que el universo en su conjunto es masculino; los hombres lo han conformado, regido, y lo siguen dominando; en cuanto a ella, no se considera responsable, se supone que es inferior, dependiente; no ha aprendido las lecciones de la violencia, nunca ha emergido como un sujeto frente a otros miembros de la sociedad; encerrada en su carne, en su hogar, se considera pasiva frente a estos dioses de rostro humano que definen fines y valores». Los principales objetivos del movimiento feminista siguen siendo básicamente los mismos: la incorporación de la mujer al trabajo, derecho de voto, la mejora de la educación, la capacitación profesional y la apertura de nuevos horizontes laborales, la equiparación y la igualdad de sexos. A pesar de la distancia recorrida y los logros aun debemos reivindicar los crecientes problemas y nuevas necesidades frente a la globalización para evitar la subordinación de la mujer.

Es inútil criticar sólo la injusticia y el predominio masculino y denunciar las continuas desigualdades históricas sin paralelamente trabajar, producir intelectualmente y materialmente nuevas formas de cambio y desarrollo para una sociedad más justa. Debemos ser conscientes de que no sólo a través de la educación y el conocimiento se puede resolver hechos contradictorios en una era globalizada.

El pensamiento de Hanah Arendt ha sido de especial interés para la reflexión feminista, en La condición humana. La acción, la actividad política, aparece descrita, por encima de la labor y el trabajo, como «aquella actividad a través de la cual el individuo se realiza como propiamente humano». Arendt distingue claramente la acción (que incluye la palabra) de lo que ella llama comportamiento, y en general de las otras actividades (labor, trabajo), en las cuales el individuo tiene determinadas conductas y funciones. La acción y de lo político nos introduce necesariamente en la consideración del problema del poder, que nos parece clave. Es necesaria la palanca del poder político para transformar verdaderamente un mundo extraordinariamente complejo y mantenernos en alerta ante los nuevos fenómenos que afectan a los más débiles de la sociedad, a la infancia y a las mujeres principalmente.