Tenemos una fiesta que resulta ser patrimonio de la humanidad, aunque antes de esta declaración, ya sabíamos que es un evento con componentes excepcionales, vinculada a lo efímero, como la primavera. Lo sabíamos aunque, a veces, parece que no nos lo creemos. Y permitimos que muchos elementos colaterales la vayan emponzoñando no dejando que brille con toda su valía.

Hace falta una mayor inclusión con la ciudad y las personas, un mutuo reconocimiento, un respeto compartido. Todo hemos de ponerlo en valor interviniendo sobre la fiesta, impulsándola, juntándola con la ciudadanía, poniéndola a salvo.

Cuando se debate todo esto, cuando llegan propuestas innovadoras o cambios en la gestión, siempre aparece una frase tajante, «no me imagino así la fiesta». Ese es un argumento muy antiguo, muy débil, y muy inmovilista. La fiesta siempre ha sido así, dicen, y no es verdad, porque podemos imaginarla de otra manera.

¿Recuerdan? No me imagino la «Nit del Foc» fuera de la plaza del ayuntamiento (entonces del dictador), dijeron hasta la saciedad. Pero salió, incluso pasó del día 19 al 18, aunque para ello hizo falta un terrible accidente. No me imagino unas fallas de cuatro días en vez de tres. Pero ocurrió. No me imagino una mascletá sin cañas (las llamadas salidas), pero se eliminaron. Ni me imagino la plaza vallada y con un área de seguridad mayor, pero se valló y se amplió. Ni lo sueñes, no me imagino Valencia con el tráfico cortado desde las grandes vías, será un desastre. Pero se corta cada año, con las limitaciones lógicas, y no hay desastre.

La fiesta no puede ser lo que era, porque no estamos donde estábamos. Con frecuencia nos subimos al tren de la tradición en su peor versión, aquella que consiste en la repetición de un error y en abrazar el inmovilismo. Pero la tradición ha de pasar por varios filtros para poder convivir con la realidad. El filtro del sentido común, de la convivencia, de la ley, del progreso, y de toda una serie de condicionantes que definen una sociedad moderna, cohesionada e incluyente.

Por ahí hemos de profundizar encendiendo las luces de los límites. Acotando desde el número de visitantes, hasta el tamaño de los petardos, desde las áreas de seguridad (bienvenidas las de este año) hasta el número de churrerías, desde lo más hasta lo menos.

La gestión del patrimonio colectivo ha de permitir el uso y disfrute de la fiesta, sonriendo, sin expulsar a nadie. Una fiesta de todos.