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De jubilados y mujeres

Los jubilados están en pie de guerra. El aumento del coste de la vida, el recorte financiero en capítulos esenciales para la tercera edad -ley de dependencia, copago y retirada de buen número de medicamentos básicos que antes cubría la Seguridad Social- y la casi congelación de las pensiones han hecho reaccionar a un colectivo que hasta ahora sólo protestaba en el ámbito doméstico. Les indigna, además, el recochineo del Gobierno al proclamar que los mayores están como jamás habían estado en España. Cierto que los tiempos han cambiado: de niña, recuerdo a un anciano de ojos increíblemente azules y pelo blanco que pasaba por mi calle pidiendo comida de casa en casa. Quiero imaginar que hoy, por la pura inercia del progreso, los servicios sociales se harían cargo de su situación, pero todos sabemos que en nuestro país la pobreza vergonzante no se ha erradicado ni mucho menos. El Gobierno enarbola cifras macroeconómicas y asegura que la economía crece de forma esplendorosa. Grandes empresas y bancos alcanzan beneficios millonarios, y se respira una nueva alegría consumista. ¿Qué sentido tiene, pues, condenar fríamente a todo un sector de la población al empobrecimiento progresivo? ¿Es simple desvergüenza o manifiesta incapacidad gestora? ¿O es que el Ejecutivo se guarda la pirotecnia para el año que viene, con las urnas a la vista? Se afirma que el problema es que vivimos demasiado; suerte que no estamos en tiempos bíblicos, porque a Mariano Rajoy le daría un síncope si tuviera que estimar la pensión del patriarca Matusalén, que engendró un hijo con más de ciento treinta años y llegó a cumplir los novecientos sesenta y nueve.

Pero dejemos a un lado el Antiguo Testamento. Si en su día el señor presidente se puso las manos en la cabeza porque el Gobierno anterior gastaba lo que no tenía, quizá debería sentarse un rato a pensar en cómo administrar bien lo que él sí tiene. Acudiendo a un símil muy suyo, llevar un país se parece a llevar un hogar; y ningún hogar marcha cuando, para que unos anden living la vida loca, se tiene a los abuelos metidos en un rincón y cada día con menos recursos. La pensión no es una limosna, y progresar también significa reducir desigualdades y procurar dignidad para todos, aunque sólo sea por el egoísmo de no perder un valiosísimo caladero de votos.

Por otra parte, pasó el ocho de marzo y, como era previsible, la vida sigue -casi- igual. Ignoro cuántas de las hermosas declaraciones que se realizaron ese día se las llevó el viento (por cierto, ¿por qué no baja la factura de la electricidad después de las borrascas que han traído tantos vendavales y tanta agua?) y cuántas van tomando cuerpo, pero sería interesante no perder las ganas de avanzar. Y repasar de vez en cuando el discurso de la actriz Frances McDormand en la ceremonia de entrega de los Oscar. Sencillo y contundente. Como debe ser.

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