Nos reunimos de nuevo, a finales de enero, unos vecinos del barrio del Carme, niños entonces, cuando tuvo lugar la riada, hace ya 60 años. Acudimos puntualmente, a la llamada de Toni Calvo, que, junto a su profesión de anticuario, atesora recuerdos. Desde el primer momento, repasamos anécdotas, recuperamos historias y recordamos la riada, siempre grabada en nuestra memoria. El horno de Montaner, el bar de Mario, la casa de «les Roques», la tienda de muebles Peris - cuya popular cuña radiofónica, recuperada en la voz de Lluis Miquel Campos, resuena todavía en nuestras cabezas - o el taller de imaginería religiosa, más tarde muebles Hurtado, donde aprendimos las primeras lecciones de carpintería jugando con el «pan de oro», gubias y martillos. También la casa de indumentaria tradicional de Insa, la familiar de Francis Montesinos en la plaza Sant Jaume, la carnicería de Pere Palanca en la entrada del mercado de Mosén Sorell, o la bodega de Emili Bermell.

La tarde del 13 de octubre de 1957, en València, no dejaba de llover, horas más tarde el cauce se había desbordado, y el agua alcanzaba hasta el primer piso de los portales. La catástrofe fue descomunal. El «pont de fusta», sería engullido por las aguas embravecidas, mientras la pasarela, lugar donde más tarde se emplazaría el puente de Santiago Calatrava, quedaría partida por su mitad. Calles de resonancias náuticas, como las Barcas o la Nau, por las que en el pasado transcurría uno de los brazos del Turia, volverían a recoger las caudalosas aguas. Quizás no se trate de un recuerdo del todo punto fidedigno, pero resultan ser las contadas imágenes que cada cual retiene en su memoria, como dijera Jorge Luis Borges.

Todos nosotros vivíamos próximos a la iglesia de la Santa Cruz, en el centro del barrio, y allí mismo nos concentrábamos para jugar en el solar que actualmente ocupa el jardín. Bajando por la calle Pare d´Orfens, yendo hacia las Alameditas de Serranos, lugar donde confluye con Blanquerías, permaneció anclado durante la riada, un tranvía, el 5, del cual sólo se distinguía el anuncio situado en su parte superior, en el que podía leerse, Laxante Ideal, menudo sarcasmo. En los alrededores vivían, afamados toreros como la familia de Eliseo Capilla, tradicionales sederos, fabricantes de pañolones artesanos, como Camilo Miralles, falleros ilustres de Na Jordana, como la familia Pere Borrego, o estudiantes que acudían a la Escuela de Sant Carles, más tarde, reconocidos pintores, como Calvo o Palomar.

El barrio del Carme ofrecía, entonces, un microcosmos urbano que incluía toda una diversidad de profesiones y oficios, que, tras la riada, se diluirían por los diferentes barrios de la ciudad.

Una gran pérdida, por lo enriquecedora que resultaba aquella relación vecinal, que Rafael Solaz, también vecino, relata con detalle en, «El Carme. Crónica social y urbana de un barrio histórico». Ahora, tras cumplirse sesenta años de aquellas fechas, y al volver a reunirnos aquellos niños, hoy rondando los setenta, apreciamos la importancia que tuvo el barrio para nuestra infancia, y, el impacto para nuestra memoria de la catástrofe de la riada.

Con la riada, más de un cincuenta por ciento del barrio del Carme se encontraba, en situación de deterioro. Resultaba necesario plantear, de inmediato, las medidas necesarias para evitar el desplazamiento de los vecinos, cosa que no se hizo. Y ello llevó a muchas familias a cambiar de domicilio. La casa en la que nacimos, la iglesia en la que fuimos bautizados, las calles por las que corrimos, las plazas que frecuentamos, el barrio al que siempre nos sentimos unidos. Muchos de nosotros, aún trasladados a otros lugares, nunca dejamos el barrio. Como Aníbal Troilo hizo propio el suyo, «dicen que me fui del barrio; pero cómo, pero cuándo, si siempre estoy llegando», nunca dejamos el Carme.