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Matías Vallés

Entender a Hawking es lo de menos

Para disfrutar del Quijote no es necesario llamarse Francisco Rico. Sin embargo, los adictos que deseen paladear un segundo plato de las gestas quijotescas, acertarán al proveerse de los escolios del arisco académico. La jamás igualada novela de Cervantes ha admitido tantas interpretaciones que cuesta imaginar siquiera si su comprensión integral es posible. Borges estira el comentario al límite de fractura, reescribiendo palabra por palabra la narración. No es copia, sino invención. La mayor novedad consiste en retornar al origen.

Stephen Hawking ha sido un quijote contemporáneo, combatiendo a gigantes y molinos desde una silla de ruedas. No hay mito sin la discapacidad que el físico inglés asumía retrepado en su irrenunciable ironía. Tampoco hubiera rebasado los muros marfileños del agujero negro académico sin Una historia del tiempo. De nuevo, el cosmólogo se adelantaba a los críticos, reconociendo que una elevada porción de lectores del libro no acertarían a comprenderlo.

Sin embargo, Hawking restaba importancia a este detalle de la absorción de Una historia del tiempo. A su juicio, lo importante es que los compradores y sus padres captaran el aroma o la atmósfera de la búsqueda endiablada de respuestas, a cargo de la investigación puntera. Lo contrario equivaldría a asumir que solo un licenciado en la historia española de los siglos XVI/XVII puede penetrar el Quijote. Sin olvidar que Cervantes y muchos de sus sucesores carecían de la formación universitaria que les permitiera dictar la materia que forjaron para la eternidad.

Entender a Hawking es lo de menos. Una historia del tiempo penetra en la mente prodigiosa de su autor, que seguramente modeló y moduló sus ideas conforme tuvo que (d)escribirlas. La física estelar no está exenta de ninguna de las contradicciones de la vida burguesa contemporánea. Empezando por el sobado "¿qué hubo antes del big bang?", que aletea hoy con redoblada insistencia.

Se rinden ante la belleza de las estrellas quienes odiarían que se levantara en el vecindario una central termonuclear, con idéntico funcionamiento. Incluso a la hora de satisfacer la curiosidad ajena, Hawking y los grandes divulgadores han sabido marcar las distancias sin menosprecio, aunque Einstein insistiera en que no todo se puede entender. Su sucesor competía sin reservas en los debates de la cultura popular. Ejercía una libertad salvaje, era el único de los presentes que ignoraba los límites de su cuerpo. Una historia del tiempo fue su instrumento para afinar el término en desuso de la convivencia.

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