El pasado sábado se celebró en muchos países y ciudades del mundo «la hora del planeta», una iniciativa con más de 10 años de recorrido, que pretende concienciar a la población y los gobiernos de los efectos del cambio climático sobre el equilibrio de los ecosistemas planetarios.

Con todos mis respetos por sus organizadores, quisiera apuntar que hay símbolos que inician caminos esforzados y fértiles, y otros que sirven para tranquilizar conciencias sin demasiado esfuerzo. Me temo que éste es más de los segundos que de los primeros. Son las grandes empresas y las instituciones las primeras en sumarse a las iniciativas fáciles, especialmente los gobiernos, que tendrían que liderar lo difícil. Pero en realidad los gobiernos han ido progresivamente perdiendo poder en una mundialización neoliberal, donde la energía está mayoritariamente en manos de multinacionales privadas y sus poderosos lobbies de presión política.

Las soluciones no son fáciles. Apagar la luz una hora, eso sí, por supuesto. Para comprender la magnitud del problema, hay que decir con claridad que para alcanzar la descarbonización necesaria en 2030 y cumplir los Acuerdos de París -que no garantizan que el clima se estabilice por debajo de +2 grados, pero nos da alguna esperanza de que no llegue a niveles catastróficos de calentamiento- habría, entre otras cosas, que abandonar la globalización y regresar a una escala de economía regional, y renunciar al coche privado, usando solo transporte público. ¿Y el coche eléctrico? Pues tampoco, la electricidad es un simple vector de energía, al igual que el hidrógeno, y no podremos tener suficientes captadores de energía renovable para alimentar algo similar al parque móvil actual, ni bastante litio para fabricar sus baterías.

Pero podemos ir sustituyendo progresivamente las energías fósiles generadoras del cambio climático por renovables. Sí, pero en una escala mucho menor: el 86% de la energía primaria consumida en el planeta es de origen fósil, y menos del 10% es renovable, incluida la hidráulica. Si a esto le sumamos el pico de extracción del petróleo de mejor calidad, que ya se ha producido -2006-, necesariamente vamos a comenzar a decrecer progresivamente en producción de energía primaria total, pero no precisamente porque decidamos hacerlo.

Los símbolos deben venir acompañados de las verdades, proclamadas con la suficiente fuerza como para que los políticos y las empresas no puedan hacerse los sordos. El camino correcto de la evolución hacia sociedades más sostenibles debe pasar por un ambicioso plan de reducción del consumo energético, pero esto no lo van a querer las empresas ni los gobiernos, porque dada la estrecha relación entre crecimiento del PIB y consumo de energía primaria, el mito del desarrollo sin fin peligraría.