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Una relación de confianza

Hubo un tiempo -supongo que más feliz que este- en que en los pueblos y en las ciudades pequeñas todos conocíamos y teníamos trato de confianza con los empleados del banco donde guardábamos nuestros modestos ahorros. Y era costumbre frecuentar las oficinas de la sucursal más próxima al domicilio para pedir un extracto de la cuenta corriente, ordenar un pago, retirar una cantidad o simplemente informarse sobre las ventajas o desventajas de un nuevo producto financiero. El trato era familiar y muchos aprovechaban el viaje para charlar un momento con los amigos.

En aquel tiempo los bancos competían para dar una imagen de solvencia y era corriente que la sede de la Oficina Principal estuviese decorada al estilo de la City de Londres, con imponentes columnas de imitación de mármol, oficinas acristaladas, metales dorados y sofás de cuero para hacer confortable la espera antes de concretar una gestión. Fuera de eso, el elemento fundamental era la relación de confianza entre los empleados de banca y los clientes. Tanta que muchas de las transacciones (y no pequeñas) se hacían desde casa y por teléfono con la promesa de pasarse pronto por la oficina para firmar la correspondiente autorización.

Hubo, eso no podía faltar, alguna quiebra en ese trato confianzudo y todos habremos conocido el caso del directivo de una sucursal que estafó a unos clientes abusando de su credulidad. Pero lo normal era lo contrario y hasta se dio la anécdota (al menos a mí me la dieron por cierta) de aquel impedido del rural que solía enviar a su perro a cobrar al banco porque no se fiaba de la familia. Y el perro no le falló nunca y volvía a casa con el sobre bien aferrado en la boca.

Viene a cuento lo que antecede por la publicación de los datos de un estudio del Grupo Inmark de los que se deduce que, pese al incremento de la digitalización del sector financiero por el uso del móvil, la sucursal bancaria se mantiene como el elemento sobre el que gira el negocio financiero por "la confianza que genera" y pese a los costes que conlleva su mantenimiento. Hasta el punto de que uno de cada dos clientes de la banca española va al menos una vez al mes a la oficina de su banco principal. Y entre los que acuden son más los de la clase social baja (63,5%) y media-baja (52,8%) que los de la media (47,9%) y los de la alta (45,6%). Todo esto lleva a los expertos de la planificación bancaria a concluir que la diferencia de comportamientos entre los modestos clientes y los adinerados solo se aproximará en la medida que la menor edad y la educación hagan su efecto corrector. Aunque sin descartar que los futuros clientes digitales mantengan su fidelidad a la sucursal. Al fin y al cabo, la gente todavía prefiere dialogar con otro ser humano que con un teléfono.

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