Los domingos son los días en los que no suele pasar nada. Levantarse, un largo café, leer la prensa y encender la tele para escuchar, que no ver, de fondo, las repeticiones de los programas de máxima audiencia que rellenan las mañanas de descanso. En el mejor de los casos, haciendo «zapping» me encuentro con esos espacios en los que sacan partido a una casa: las que se están cayendo, las pequeñitas, las que están sobre ruedas, hoteles con encanto y todo ese mundo de techos extraños reformados que vive en la TDT. Me quedé sin querer en la Sexta atrapado por la voz grave de Gloria Serra en «Equipo de Investigación», su locución me hace vivir en alerta, a veces con miedo, hasta que finaliza el reportaje. No esperaba ningún sobresalto dominical más hasta la llegada de Jordi Évole o Ana Pastor ya de noche, para despedir la semana como siempre con una buena ración de análisis e información, con la que abrir los ojos y con frecuencia sentir indignación.
Pasaba el medio día y de repente apareció Cristina Villanueva para contarme la interceptación de Puigdemont. Lo primero que pasa entonces por mi mente, es la secuencia de la detención del líder perseguido en el futuro telefilme que se ruede de esta historia. La tranquilidad dominical se rompió, la del domingo y toda la que llevo de semana. El canal verde de Atresmedia demostró una vez más que informar es lo primero, que no les cuesta nada montar un dispositivo especial tan sólo 30 minutos después del suceso. Inmediatez y hacer las veces de televisión pública, otra vez. La 1 avanzó la noticia y continuó con «Españoles por el mundo», Mediaset no interrumpió nada porque no es su batalla, nunca lo ha sido y cuando lo ha intentado siempre ha sido la última opción. Pasado el ecuador de esta semana tan santa, tengo el símil a tiro para asegurar que a día de hoy continúa la penitencia informativa en el fracaso rotundo más reciente de la política y justicia española. Y lo que nos queda
