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Matías Vallés

Cuesta ser una máquina

Caminas por un puente con tu gato en brazos. Pierdes el equilibrio, y tu teléfono se cae por un lado mientras que tu mascota se precipita al vacío por el otro. ¿Hacia qué lado te vuelcas para ver de salvar a tu ser querido? No haré más preguntas. El acelerado siglo XXI se está caracterizando por el esfuerzo que llevan a cabo los seres humanos para familiarizarse primero, identificarse más adelante y confundirse al fin con sus máquinas. Se ha alcanzado el consenso integrador de que la incógnita no reside en saber si un robot puede reproducir las falencias de un ser humano, sino en averiguar si una persona puede interpretar a un robot con un mínimo de convicción. El jurado todavía no se ha pronunciado al respecto.

La revista satírica y por tanto humana The Onion recogía uno entre mil titulares memorables, "Policía infiltrado descubre que hacer de camello es un trabajo duro". Esta sensación es fácil de compartir por los miles de millones de personas en tránsito para ser aceptadas como máquinas. Y mientras se celebran ruidosamente los logros de ordenadores que nos derrotan al ajedrez, a las damas, al go y al póquer, se echa en falta un reconocimiento mínimo a los seres vivos que desean elevarse a la condición de artefactos electrónicos.

La famosa singularidad no alboreará en el momento en que un ordenador supere a un ser humano, porque ese trance ocurrió tal vez décadas atrás. El cambio de guardia se registrará cuando ser un ordenador se haga preferible a ser una persona. El experimento mental del puente demuestra que hemos elegido la senda correcta. Abdicamos sucesivamente de las tremendas constricciones de nuestro primitivismo carnal. Hemos aprendido a prescindir de los demás, a sustituir la voz por los caracteres, a compartir los lugares más recónditos de nuestra intimidad con la galaxia entera. Nos hemos deshecho de la identidad individual para alinearnos en marcas. Solo pedimos a cambio que alguien construya una máquina que nos recompense mínimamente la dedicación. Y ni por esas.

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