Nos dejó hace algunos meses. Pero la exposición «Material sensible» que no llegó a ver colgada, como apunta Josep Lozano - que la preparaba con él- se muestra ahora, para satisfacción de sus seguidores y amigos, que somos muchos. Y ver esas últimas obras de Joan Verdú en Tapinearte (zona Mercado de Tapinería) donde se exhibirán hasta el próximo día 15, es encontrarnos de nuevo con el personalísimo mundo de un artista inclasificable, siempre inconformista y sorprendente, cultivador de un sentido del humor afilado y punzante, que empezaba por lo más esencial: saber reirse de sí mismo. En sus propias palabras, las piezas expuestas «realizadas entre cuadro y cuadro, son más ligeras y frescas. Su tema es el lenguaje, sea verbal, visual, o una combinación entre ambos. En algunas se ve aplicado a bromas que se me ocurren». Claro está que esas «bromas» tienen siempre un potente significado, un resorte que las aleja del puro pasatiempo para entrar de lleno en la reinvención continua que para Verdú era la esencial del verdadero arte, lejos de la repetición o insistencia en un estilo, algo que Verdú detestaba y cuyo inmovilismo censuraba abiertamente. Lo suyo era la innovación, la búsqueda constante del lenguaje plástico con el que hallar nuevas vías expresivas, incitantes, que implicaran al espectador, obligándole a participar de algún modo en el acto creativo mediante su propia interpretación de ese lenguaje sugerente, a veces sarcástico, y otras empapado de una subyacente ternura.
«Creo -dejó dicho- que la vía del arte no constituye una experimentación ni una investigación, sino más bien una exploración». Ahora tenemos la oportunidad de explorar con él unos caminos que conducen sabiamente al claro ejercicio de la razón por encima del mero goce estético. Este mes pascuero -que tantos gustan de abrir con la célebre cita de Eliot como 'el mes más cruel'- puede, en cambio, ofrecer un remanso de lúcida contemplación en el feliz reencuentro con aquel personaje irrepetible e inolvidable que fue Joan Verdú.
