La piedad popular cristiana, a través de su historia, ha dado diversos nombres a la semana en la que ya nos encontramos para manifestar la razón de su fe: el más antiguo, «Semana Grande», por el número y solemnidad que abarcan sus ceremonias religiosas; también «Semana de los Misterios de Cristo», porque los sufrimientos que él soportó hasta su crucifixión, misteriosamente implicaron la salvación humana; o «Semana de las Indulgencias», por las extraordinarias que concedían los pontífices a los fieles en este tiempo. Y muchos más. Si bien el único que ha prevalecido hasta nuestros días ha sido el de «Semana Santa», en referencia a los actos que se representan tanto en el interior de las iglesias como en la calle; y aun estos llenos de sentido y emotivo fervor religiosos organizados por Corporaciones, Cofradías y Hermandades devocionales desde el inicio de la cuaresma, como son las «tamboradas», «retretas», «encuentros», «procesiones de silencio», etcétera, si bien con algún calificativo añadido para señalar su procedencia. Así ocurre con nuestra «Semana Santa Marinera», por recorrer las calles del querido distrito marítimo.

No obstante, entre los actos y ceremonias que tienen lugar dentro de las iglesias y los de la calle hay notable diferencia; y es, que mientras los primeros son litúrgicos, exclusivos del ritual de la Iglesia católica establecidos a través de su «Sagrada Congregación para el Culto Divino», los de la calle son «extra-litúrgicos» respondiendo a espontáneas manifestaciones populares mantenidas a través de los tiempos por las llamadas Cofradías y Hermandades y en consecuencia tradicionales; aunque siempre con el visto bueno, amparo y aun privilegios de la propia Iglesia. Pero todos emotivos, siguiendo literalmente el relato de los Santos Evangelios y vividos con profundo respeto tanto por el pueblo devoto que toma parte en él como por los meros curiosos espectadores.

Sin embargo, el sobrecogedor y emotivo ambiente religioso que debe imperar en estos actos de la Semana Santa parece este año algo alterado, en razón de las encontradas manifestaciones protagonizadas por cierto párroco de los poblados marítimos, quizás haciéndose eco de otras de su propio prelado, y los dirigentes de Hermandades y Cofradías que han motivado incluso la inusitada dimisión de su cargo del secretario de la Junta Mayor de la Semana Santa Marinera.

¿Ha sido por las declaraciones del cardenal arzobispo de que actualmente la Semana Santa «se ha desdibujado, se ha secularizado€ descristianizado y hasta paganizado€ quedándose en lo estético?»

Particularmente opino que la Semana Santa no queda degradada por ciertas manifestaciones festivas. El mismo arzobispo Cañizares afirmaba la semana pasada en su carta de invitación a vivir esta Semana Santa, que ella «es un torrente de gracia, consuelo y esperanza»; que «con una muerte tan ignominiosa como la de la Cruz por nosotros... todo ha quedado anegado por el amor que es Dios€ y todos estos hechos han roto para siempre el dominio del mal».

Y si esto es así de contundente, visto y vivido con sentimientos y certezas de la fe, parece justo que a acontecimiento tan extraordinario y trascendental para el hombre no se le escatimen manifestaciones y expresiones alegres y festivas, aunque procedan dentro de cierto orden concertado. Pues no se debe olvidar, que los actos de la Semana Santa que se celebran en la calle son también actos religiosos que convierten la calle en otro templo paralelo; y que según ya proclamó el mismo Cristo en su evangelio, la casa de Dios que son los templos, «son casa de oración» y no lugar de cambistas y mercadeo (Mt. 21, 12).