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Javier Cuervo

La fidelidad, da, da, da, da

No se aprenda los nombres de la administración de Donald Trump porque designa a alguien y, poco tiempo y michos twits después, lo cesa

No se aprenda los nombres de la administración de Donald Trump porque designa a alguien y, poco tiempo y michos twits después, lo cesa. Entre ceses y dimisiones lleva dos docenas de cargos cambiados en 400 días de presidencia y eso obliga a aprender medio centenar de nombres y a olvidar la mitad.

Como saben los secuestradores, cuando conoces el nombre de una persona la humanizas. Incluso a Steve Bannon, asesor de Trump, supremacista blanco y creador de la derecha alternativa, como si hiciera falta otra forma de ser facha. Si te encariñas, aunque sea para mal, de personas que en seguida van a desaparecer, todo se te vuelven pérdidas.

Por las destituciones sabemos que Trump tiene un bajo sentido de la fidelidad sin falta de que lo confirmen una exmodelo de Play-Boy y una actriz porno. Mientras Melania chorreaba oxitocina volcándose en el bebé Barron, el viejo Donald era regado por su aspersor de andrógenos. Acaso empezó aliviándose con cine para adultos (el más visto por adolescentes) pero, como hombre de televisión, Trump sabe que la gente de la pantalla existe y acabó pagando sexo y/o silencio oral y por escrito con estrellas X. Al llegar a la Casa Blanca se disparó la cotización del silencio de sus infidelidades, ahíto conocidas, porque las de sexo nunca satisfacen la insaciable curiosidad humana.

Trump, infiel a los cercanos, es fiel a Putin y jamás ha dedicado al presidente ruso un twit envenenado. Según la CIA, las relaciones con mujeres y con Putin comparten el porno y el silencio. De negocios en Moscú en 2013, Trump contrató prostitutas que orinaron en la cama donde habían dormido los Obama y está grabado, contó el exespía inglés, Christopher Steele. Un trabajo para primatólogos.

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