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Lecciones de humildad

Escribo este artículo pasados ya unos días del fatídico desenlace de la desaparición de Gabriel, y sé que tardará otros tantos en llegar a ustedes. El motivo de mi demora se debe a que tras conocer la noticia de su muerte y la identidad de su asesina me he quedado paralizada en un constante y tortuoso interrogante: ¿por qué? Los medios han hablado de psicopatía, de celos hacia el menor y, seguro, que de otros tantos móviles que no he querido oír porque no hay respuestas que me valgan ante semejante brutalidad. Llevaré -como le sucederá a media España- a Gabriel en el corazón. Un niño al que le encantaban los peces. Un niño con miles de cosas aún por vivir. Un niño que hizo que un país sacara lo mejor de sí -y conmueve saber que aún tenemos cosas buenas que mostrar-... Un niño víctima de la maldad humana. Gabriel ha tocado tantos corazones que hasta los guardias civiles han dejado de lado su rol de tipos duros para llorar la muerte del pequeño. Sé que no debo tirar piedras sobre mi propio tejado y que la respuesta a este suceso he de encontrarla en la psicología pero no puedo. Teóricamente podría explicar las causas del asesinato con varias patologías mentales recogidas en el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) pero la práctica es otra cosa, y esta vez ni la psicología puede darme la respuesta. ¿Instinto animal o simplemente maldad? ¿Es el ser humano tan egoísta que es capaz de matar por puro pragmatismo: apartar lo que estorba? Y en este caso lo que estorbaba era el pobre Gabriel. Quienes tengan la costumbre de leerme sabrán que mis artículos suelen ir cargados de pasión. Son varios los entendidos en esto de la literatura los que me aconsejan siempre que sea menos impulsiva en mis textos, pero yo no sé hacerlo de otra forma... Quizá la edad me vaya dando ese sosiego que ahora me falta. En cambio, en este discurso no notarán un tono ácido ni impulsivo y mucho menos una feroz crítica hacia la culpable de todo este dolor. Solo percibirán un halo de desesperanza, de desconcierto y de respeto hacia la madre del pescaíto de España, que nos ha dado a todos una gran lección de humildad solicitando que no sembráramos odio -aunque la situación lo permitía sobradamente- porque su hijo es mucho más que todos esos insultos que inundaron las redes cuando se encontró al niño en el maletero del coche de Ana Julia. Y tiene razón, su hijo era mucho más que esos insultos, su hijo era pura luz y, al igual que en el cuento de ´La luciérnaga y la serpiente´, apagaron su luz porque no querían verlo brillar, aunque él seguirá alumbrándonos desde el cielo. Este artículo va en tu honor, Gabriel: a ti mi compañero/ que tienes alma pura/ y es tu corazón bondad/ como dice una de tus canciones preferidas de Rozalén, descansa en paz allá donde estés.

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