Constantemente escuchamos como algunas personas se quejan amargamente de que les aíslan en el trabajo o en algún grupo social por el simple hecho de pensar diferente. Pero aún es más indignante cuando intentan demostrar que sus actuaciones son de mala fe y, sin embargo, no quieren reconocerlo esquivando la realidad y echando culpas al ofendido. Y es que por miedo, por cobardia o para sentirse alineado con los difamadores con el único pretexto de formar parte de su circulo, algunas personas no se atreven a defender publicamente al ofendido.

Los difamadores se esconden y suelen rodearse de adeptos para ir en contra de aquellos que tienen más clase y entendimiento que ellos.

Además, suelen clasificar, estereotipar gratuitamente poniendoles injustamente etiquetas y condenandolos al rechazo social sin tener la posibilidad de recurso de apelación y menos aún de defensa. Hay personas que tienen cierta inclinación a sobresalir socialmente, demostrando su inclinación a juzgar a los demás, es decir, a juzgar con facilidad, y ese juicio maliciosamente intencionado puede hacer mucho daño a las terceras personas.

No podemos evitar que nuestros ojos vean lo que es obvio y que nuestra mente, ante esos evidentes actos, declaren en forma espontánea, que semejantes conductas estén fuera de lugar. Lo que podemos hacer en estos casos es expresar claramente nuestra opinión sobre esas conductas nocivas sin emitir un juicio moral sobre las mismas.

En cierta ocasión le preguntaron a Woody Allen si era un genio y él respondió que no sabía lo que era un genio pero lo que sí sabía es que una persona mediocre es aquélla que intenta agradar siempre a los demás. Esa frase está bien si eres una persona simpática, respetuosa, pero si a los únicos que intentas agradar y bailarle el agua son a aquellos que te caen bien y sentencias a los que no te caen bien o a los que sientes envidia o celos, entonces nos convertimos en unos seres difamadores.

A santa Teresa, a lo largo de su vida, algunos intentaron difamarla, le llamaron de todo excepto que era una prostituta y ella tuvo la paciencia y la osadía de tragarse semejantes calumnias. A Santiago Ramón y Cajal, cuando era catedrático de Anatomía en la Facultad de Medicina de València, cierto compañero le llegó a calumniar, tal vez por envidia personal y profesional; pues bien, un día, harto de tanto desprecio, entró en un bar y en un arrebato de ira comenzó a tirar mesas y sillas por el suelo hasta el punto que la policía lo detuvo.

Hay personas que para disimular su mediocridad intentan rebajar a otras que destacan. Solo viven pendientes de los demás, intentando extrapolar los posibles defectos de los otros, con la sola intención de causarles daños y perjudicar públicamente su imagen. Y es que hay personas que desde la sombra intentan mover los hilos en la vida de los demás sin importarles lo más mínimo el daño que les puedan ocasionar.

Como dijo Melchor de Palau: «Más mata una mala lengua que las manos de un verdugo; el verdugo mata a un hombre y una mala lengua a muchos».