Pasó el 23F sin pena ni gloria, como olvidado. En realidad el 23F fue la última lección que aprendió el poder. Este no es el sistema adecuado de acaparar todos los resortes, pensó. Esta técnica estaba mal vista, creaba rechazo, repulsa, malestar. Será mejor buscar otros métodos más discretos, con el mismo resultado pero sin aspavientos. Y pensaron en micro golpes para asfixiar cualquier riesgo de perder el codiciado poder. Así fueron produciendo golpes con las privatizaciones, con los recortes que limitan las prestaciones, con las reformas que hacen que los fondos buitres recuperen su libertad de acción, con las brechas que pesan sobre las mujeres, con los desahucios contra los que no pagan su tributo al progreso, con la censura, excusándose en que se hieren los sentimientos de unos porque no son iguales que los de otros.

Así, hasta llegar a los golpes de Estado también contra los titiriteros, los cómicos, contra los creadores, escritores, artistas. Contra la gente que arriesga, que discrepa, que se desmarca de los caminos pensados para que no pase nada. ¿A quién le importa esa gente?, pensó el poder. Pero precisamente esa gente representa las libertades de todos, la posibilidad de opinar, de respirar, de criticar. Son el termómetro de la vigencia de unos derechos que creíamos escritos con letras indelebles en la Constitución. Pero no es así. Resulta que hay códigos que resultan fáciles de adaptar a los intereses del poder, y acaban siendo más importantes que la llamada Carta Magna. Así, el dichoso poder se protege con unas artimañas a las que llama leyes-para-garantizar-la-convivencia, cuando en realidad son burdas murallas para que duerman tranquilos aquellos que no nos dejan soñar.

Hay que cumplir la ley, gritan los que no la cumplen; este es un Estado de derecho, repiten como papagayos. Y condenan a los rebeldes, a los trasgresores, a los críticos, para que todos les vean como delincuentes, extremistas, separatistas o antisistema. Así, mientras niegan los golpes de Estado y se santiguan cada vez que se dice esa palabra, cada día propician golpes de otro tipo para dejar sus intereses a salvo, quebrantando la libertad de expresión.

Pero los golpeados, quiero pensar que cada vez tienen más apoyo de la ciudadanía, de la dignidad, de los derechos incuestionables. Por eso crecerán las voces, sin duda, y será más difícil que impere el silencio.