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El impagable ejemplo

Los espectadores, los lectores y los oyentes, tenemos un embudo por el que pasan las noticias que nos llegan, entretienen y alimentan.

Igual que no recordamos los nombres del nuevo culebrón catalán que, como reza uno de los nuevos chistes que circulan, parece una serie televisiva y ya en la séptima temporada hay personajes que no conocemos, nos tragamos algunas cosas que caben por el embudo y en otras... nos da la risa floja.

Los españoles hemos asistido en silencio y pacientemente al modelado de la imagen de la actual reina de España, para desbastarla, difuminar su pasado e intentar que no trasciendan los trapos sucios de palacio. Desde la frase sobre el «impagable ejemplo» que le había dado la reina Sofía a Letizia Ortiz han pasado ya cerca de 15 años, y es admirable cómo han sabido contener la olla a presión que bullía en esa casa.

Ahora los gestos de ambas han revelado que, como en toda familia, hay desavenencias y desencuentros, pero resulta sorprendente cómo una escena ha podido ser tan reveladora de lo que en verdad está pasando.

Se han sucedido broncas, distanciamientos y rifirrafes que no han trascendido en este tiempo, hasta que el caballo desbocado de la verdad se ha disparado: a Letizia no se la quiere en más sitios de los que imaginábamos. Las imágenes de la tensa situación que se vive de puertas para adentro de la familia real han revelado que la aparente armonía que nos estaban vendiendo era, como sospechábamos, mentira.

Ahora tendremos que esperar a que se refuerce la imagen de la pareja real con nuevas apariciones en público, arrumacos incluidos, que las dos reinas se hagan una foto juntas o que esta crisis de imagen revele finalmente que tras esas sonrisas impostadas hay un problema más grave. El culebrón real promete: va a dar mucho juego y horas de programas de televisión.

A mí, como a Jaime Peñafiel, no me sorprende el triste incidente de Letizia contra la reina Sofía a la salida de la catedral de Palma. Después de imponernos un hierático modelo de sopita y caprese por fin se revela el mal rollo contra su familia política, cuando el suyo debería dar un modelo impecable de cordialidad con la abuela de sus hijas.

Y es que cuando nos alejamos de la naturalidad y la espontaneidad surgen las rabietas, las decepciones y las frustraciones. No se puede estar siempre en alta tensión, metiendo tripa, sin comer, con la sonrisa puesta y haciendo como que saludas cuando por dentro te estas acordando de lo que te aprietan los zapatos, porque enseguida te quitas la faja y te sale la lorza.

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