Está claro que de tanto ofrendar nuevas glorias a España y que Valencia es la tierra de las flores de la luz y del amor, hemos adquirido una fama de pueblo tranquilo, servil, playita, barraca y domingos de paella. Sin embargo, todo lo que reluce no es oro. Tenemos un 24,4 % de la población en riesgo de pobreza y la renta media por hogar es alrededor de un 15 % inferior a la media española. Nuestra tasa de paro se sitúa por encima de la de Aragón o Cataluña teniendo en cuenta el empleo precario y abundante en el sector turístico. Poblaciones como Elda, Elx o Alicante están con tasas de paro por encima del 20 %. Con datos cerrados correspondientes a 2016 las exportaciones de Cataluña superan a las valencianas en el 127%. Cinco tipos de producto suponen el 57 % de nuestras exportaciones, de las que el 27 % son automóviles y el 4,4 % corresponde a la industria del calzado, pasando por frutos comestibles 10,2 %, productos cerámicos 9,2 % y maquinaria y aparatos mecánicos 6,2%. Y todo ello con un gran esfuerzo empresarial y una enorme competencia exterior soportando las ironías de dudoso gusto del ministro Cristóba Montoro que achucha a las patronales a que suban los salarios porque él los ha subido a los funcionarios en el proyecto de Presupuestos Generales. Se nota demasiado que no es su dinero. Por una parte, destrozaron la negociación colectiva del sector privado dentro de la reforma laboral y por otra, que pronto hay elecciones, necesitan que la gente perciba que vive mejor.

Una vez más, la Comunitat Valenciana ha quedado relegada en estos Presupuestos Generales que están en su trámite parlamentario. Hemos leído en este diario las declaraciones de Salvador Navarro, presidente de la patronal CEV, afirmando que son un palo para los valencianos. Al presidente Ximo Puig y al alcalde Joan Ribó afirmar que es intolerable y un escándalo la no inclusión de València capital en las asignaciones presupuestarias para el transporte metropolitano.

Si la Comunitat Valenciana quiere fortalecer y diversificar su industria, dedicar más recursos a la investigación e innovación, mejorar sus escuelas y universidades, su sanidad, sus redes de transporte y tener las herramientas para competir en una economía globalizada en la que la tecnología, y no solo el sol y playa, ocupa un primerísimo lugar, debe plantearse seriamente una nueva estrategia de mayor exigencia ante el Gobierno central. El último caso de nuestra enorme debilidad, ante Madrid y ante Bruselas, lo explicó hace unos días Cristóbal Aguado, presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores. Del total de dinero que la Política Agraria Común (PAC) ha destinado a España, la agricultura valenciana solo ha recibido el 2,3%.

Claro está que la representación política, sindical y empresarial valencianas que han venido participando en el núcleo del poder central en los últimos 40 años tienen en todo esto una enorme responsabilidad. Pero la solución no pasa precisamente, a estas alturas, porque los diputados de Compromís en el Parlamento de Madrid den su apoyo a un gobierno que nos maltrata. Si a la hora del voto los valencianos seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora, difícilmente saldremos del lugar en el que estamos. Como hemos podido comprobar y comprobaremos en el futuro, en Madrid no dan nada gratis.