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Sin perdón

El fracaso tanto de los independentistas catalanes como del PP en el procés

En "Sin perdón", Clint Eastwood contaba que las peleas a tiros en el Salvaje Oeste solían ser sórdidas disputas de borrachos que no tenían nada de heroico ni de legendario. Y los muertos que se producían en esas peleas solían morir más bien por error o por la gangrena de una herida mal curada, ya que la puntería de los pistoleros era muy dudosa y además solían usar armas defectuosas y anticuadas. En esos tiroteos -creo que lo contaba el personaje interpretado por Richard Harris-, un pistolero borracho que no podía tenerse en pie se ponía disparar al tuntún en el saloon donde estaba jugando a las cartas, así que al final acababa matando a uno o dos espectadores o al pobre tipo que aporreaba el piano. No era infrecuente que el mismo pistolero, u otro que intentara hacerle frente -igual de borracho e igual de incompetente-, acabaran disparándose los dos en el pie y murieran al cabo de unos días a causa de una septicemia. Por lo tanto, en esas peleas no había ni homéricos duelos al sol ni pistoleros que desenfundaban con rapidez vertiginosa ni limpios disparos en el corazón. Lo que había era alcohol, suciedad, naipes trucados, estupidez -mucha estupidez- y pistolas con el punto de mira estropeado. Hollywood lo cambió todo. Y nos hizo creer lo que no era. El procés aún no ha acabado, y de hecho la sórdida pelea en el saloon sigue su curso, pero a estas alturas ya sabemos qué clase de tiroteo ha sido y cómo se ha llevado a cabo. Por mucho que los propagandistas de ambos bandos nos lo presenten como una pelea legendaria de tintes épicos, todo ha sido miserable, torpe, incompetente y sucio. Nada de limpios duelos al sol, nada de heroísmos en la calle mayor frente a la ferretería y la oficina de telégrafos. No, todo ha sido una partida de tahúres llena de naipes marcados, trucos baratos y mala música a cargo de un ronco coro de borrachos. El dinero que los jugadores se han gastado en las apuestas cada vez más desquiciadas ha sido real, muy real -eso sí-, y encima lo hemos puesto nosotros, los estúpidos espectadores. Pero todo lo demás ha sido una mala partida de naipes entre jugadores borrachos. Es cierto que una de las dos partes inició la pelea -eso, se mire como se mire, es indiscutible-, pero también es verdad que la otra parte se ha comportado con una cobardía y una temeridad que ponen los pelos de punta. De momento, las dos partes se han disparado generosamente en los pies y han provocado cuantiosas bajas entre los espectadores inocentes. El independentismo, guste o no guste oírlo, se ha suicidado. Y el PP, a su manera, también se ha suicidado. Al paso que van las cosas, no me extrañaría que el PP fuera un partido minoritario dentro de uno o dos años. Pero lo peor de todo es que entre unos y otros se han cargado el Estado de Derecho, la división de poderes y el orden constitucional. Cataluña solo fue independiente durante ocho segundos, pero se habría convertido en una república bananera si llega a triunfar la independencia tal como la habían concebido sus patosos padres fundadores: sin división de poderes, sin prensa libre, sin independencia judicial y con una Constitución hecha a medida de únicamente la mitad de la población. Y si miramos al otro lado, ahora mismo tampoco sabemos muy bien lo que va a pasar con ese extraño país que llamamos España. El descrédito internacional está garantizado. El caos y la parálisis institucional también están garantizadas. La quiebra del sistema sigue su curso. Y la extrema derecha, que estaba dormida o latente hace sólo dos años, ha resucitado con fuerza. Quien gane las próximas elecciones generales no va a ser alguien dialogante y cargado de sentido común, sino un político cargado de odio y de espíritu revanchista. Ya podemos ir preparándonos para las procesiones de Cristos y de legionarios. Y eso mismo será lo que se encontrará en Cataluña, sea quien sea quien gobierne la Generalitat. Es decir, el panorama no podrá ser peor: odio feroz contra odio feroz, y cada uno de los bandos bien arropado por los hooligans más violentos. Los espectadores haremos bien en ponernos a salvo, si es que encontramos algún sitio donde podamos resguardarnos. No va a ser fácil. Es difícil imaginar un enfrentamiento protagonizado por gente tan torpe, tan cobarde y tan incompetente. Los independentistas no se creyeron en ningún momento sus propias posibilidades de victoria (tanto que ni siquiera sabían lo que iban a hacer si ganaban). Pero siguieron apostando más y más fuerte -animados por los espectadores que lo habían apostado todo por ellos-, confiando en que en el último momento los demás jugadores arrojarían las cartas y se irían tranquilamente a su casa. Pues no, eso no pasó. Y el jugador que tenían enfrente, en el último momento, cuando ya había perdido hasta la camisa, empezó a disparar al tuntún -borracho de humillación y de rabia-, dejando todo el saloon lleno de gente malherida. Y así estamos. Y así seguiremos mucho tiempo. Esto es lo que no tiene perdón. Sin perdón, sí, sin perdón.

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