Volvemos al sofisma de casi todos los años, a guisa de mantra primaveral. El Ebro se desborda por las abundantes lluvias y nieves acumuladas en las últimas semanas. Y en el sureste, surgen las voces de siempre recordando el trasvase del Ebro que nunca se debió plantear y nunca se llevará a cabo. Que desperdicio de agua, se dice. Pero las cosas han cambiado mucho desde aquella propuesta de 2001. Se han aprobado normativas europeas que dificultan la realización de una medida así. La situación política de nuestro país impide aprobar una actuación de este modo, porque incluso el partido que lanzó la iniciativa a comienzos de siglo ya no cree en los trasvases. Por no referirnos a la situación territorial actual que no favorece el desarrollo de medidas que puedan afectar a una región, aunque sea en beneficio de otra. El artículo 148 de la Constitución se contrarresta con el 149, en un contexto de necesario cambio del texto fundamental del Estado. Sin entrar en cuestiones de impacto ambiental y de costes económicos siempre polémicos en este tipo de actuaciones. Por tanto, las lluvias, que tanto beneficio han traído al territorio español en estas últimas semanas, se convierten intencionadamente en objeto de controversia y todo porque un río se desborda. Una cosa son las inundaciones y su necesaria gestión y otra el oportunismo de discursos del agua ya caducos, pero con elevado poder de persuasión. El Ebro necesita esas aguas de desbordamiento, necesita recuperar su espacio fluvial desorganizado por la labor del ser humano en las últimas décadas. Lo increíble es que en gran parte de Europa, y también en España, los grandes ríos ocasionen últimamente daños con crecidas de corto período de retorno, es decir, con crecidas que deberían ser consideradas normales dentro de lo excepcional. El problema no es de la precipitación o el deshielo, el problema es de la ocupación del territorio natural de inundación fluvial. Y lo increíble es que se aproveche una coyuntura de crecida para reclamar transferencias ilógicas. Un agua de crecida no se puede trasvasar. En seis semanas se ha acabado la sequía en casi toda España. En el sureste la situación es distinta, por propio condicionamiento geográfico. Las lluvias del Atlántico aquí no llegan. Pero eso ya se sabe desde hace siglos. Y a ello debemos adaptarnos y buscar alternativas para satisfacer las demandas, sin pretender que nos solucionen los problemas de agua desde fuera y menos con medidas que no pueden ser por su inviabilidad política, económica y, sobre todo, ambiental.