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Estamos solos

El otro día hablando con unos amigos de Cataluña, los alemanes, el juez Llerena y el predicador Jiménez Losantos (a modo de fenómeno flatulento asociado), me enajené. De repente fui poseído por un impulso paroxístico-agitante y me puse a embestir contra esto y aquello. Me costaba reconocerme, con la de años que llevo conmigo. Como el orden de las cosas se restablece con el orden de las palabras, pedí perdón a mis amigos enseguida. El error era doble: perder los estribos y hacer un uso diarreico de las palabras que son mi negociado, mi caja de herramientas (no suelen venir solas, sino por juegos, como las llaves fijas o las Allen). Ese es el calvario por el que estarán pasando muchas familias catalanas.

Conllevanza es una palabra que expresa muy bien el horizonte inmediato al que nos convendría aspirar. Conllevarse no es quererse ni respetarse, es tolerarse con cierta generosidad. Me gusta. Despacito, que cantaba el Fonsi. «Irreformable» es la palabra que el independentismo ha logrado colar como referencia al ecosistema político dominante. No es cierto: cuarenta años de libertad y progreso razonables nos avalan, pese a la cantidad de residuos franquistas y delincuentes amamantados en los despachos oficiales. Los catalanes no son buenos de nacimiento, ni los españoles represores a título genérico, aunque Rajoy ha logrado colar «sediciosos» y «terroristas» para referirse a los otros. Sólo les falta «felones» (acusación presentada, por cierto, contra el Conde de Godó -dueño del único diario nacional respetable que queda-).

El país que embiste contra el distinto, que no se vacuna contra su fiereza, que no es capaz de solventar sus pleitos internos, ha de ver como se los resuelven las potencias de las cuales es protectorado. En nuestro caso un protectorado germano-americano. El problema es que la misma Europa que se erigía hasta hace poco como baluarte contra la barbarie y freno a la intemperancia, ya sufrió el Brexit y tiene a un fascista declarado al frente de Hungría. Ya no es seguro que acudieran a vendarnos la cabeza tras esta pelea goyesca a garrotazos. Que no lo oigan los niños: estamos solos.

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