Les molestaba mucho algo que Ellos, que son de doctrina y neoliberalismo católico, llamaban «adoctrinamiento ideológico». Ellos, que jamás han condenado el franquismo, que cantan «soy el novio de la muerte» al paso de un Cristo crucificado, que utilizan a sus hijos para manifestarse contra el aborto o el matrimonio igualitario, que se ponen mantilla negra en Semana Santa, que solo reconocen un modelo de familia y que justifican las corridas de toros en nombre de la tradición, se atrevieron a hablarnos de adoctrinamiento ideológico. Ellos, los que entienden el mundo siempre y cuando se ajuste a sus medidas, se aliaron con el gran templo del adoctrinamiento, la Iglesia Católica, para luchar contra lo que consideraban adoctrinamiento. Son así. Totalmente paródicos y rotundamente sectarios.

Tenían miedo de que una asignatura como Educación para la Ciudadanía convirtiese la religión en una cuestión particular y optativa, que la ética fuese un valor supremo en la formación cívico-democrática de nuestros menores y jóvenes y que la diversidad afectivo sexual estuviese presente en los libros de texto y los planes de estudio. Tenían tanto miedo que lo primero que hicieron fue cargársela, hace seis años, sustituyéndola por una ley cómplice con el neotradicionalismo católico a la que llamaron Educación Cívica y Constitucional, en una nueva apropiación de las palabras y el lenguaje para desvirtuarlas de su significado ejemplar y adecuárselas a su discurso de conveniencia.

Fue entonces, hace seis años, cuando Ellos defendieron su nueva asignatura con la siguiente frase: los estudiantes van a adquirir «conocimientos sobre la Constitución como norma suprema que rige nuestra convivencia, la comprensión de nuestros valores y de las reglas del juego». Lo que olvidaron añadir es que lo que querían decir era que la Constitución regirá la convivencia que más les favorezca a Ellos, que los valores serán los que Ellos decidan y que las reglas del juego las impondrán Ellos. Hoy, cuando vemos este vodevil barato en el que se ha convertido el caso de la Universidad Rey Juan Carlos y el máster de Cristina Cifuentes, entre otros, solo puedo afirmar que Ellos sustituyeron Educación para la Ciudadanía por Educación para la Sinvergonzonería. Y de ahí salen todos, lógicamente, con un título.

Es natural que a Ellos les preocupase una asignatura que podía sustituir la religión por la ética. Porque a Ellos no les provoca ningún conflicto moral hacer las cosas mal, saltarse las leyes, la libre circulación de sobres con dinero o falsificar firmas; lo que les incomoda es que les pillen. No hay debate previo a la infracción, no existe la ética y sí la falsa moral, buena aliada de los preceptos religiosos. Rezar para que no te descubran en vez de cuestionar esas conductas que por estar instaladas en el sistema no son menos reprobables.

Yo, que estudié ética en el instituto, aún me despierto algunas mañanas con el sobresalto que me provoca no haber aprobado aún la asignatura de Opinión Pública y tener la carrera pendiente. Inmediatamente comprendo que se trata de una pesadilla pero mi subconsciente no olvida aquellos años de café, apuntes y madrugadas. Ellos, que son más de «la comprensión de nuestros valores y de las reglas del juego», no recuerdan si fueron a clase o no y son capaces de sacar sobresaliente en asignaturas impartidas antes de que se matriculasen. Para mí, que estudié ética, saber que me están premiando por algo que no merezco, que lo que a otros les cuesta la vida a mí me lo consiguen como un trato de favor, me supondría un conflicto moral de dimensiones históricas. Para Ellos, que son más de la «igualdad de oportunidades» -siempre utilizan esas palabras cuando hablan de educación- los privilegios, heredados o comprados, son una meta por la que todo el mundo debería sentir un mínimo de tentación. Pero sin abusar, que no hay nada más injusto que la democratización del bienestar.

Por cierto, ¿saben cuándo y dónde se dio el pistoletazo de salida a su enfrentamiento público contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía? El 18 de julio de 2006, en un curso de verano de, atentos, la Universidad Rey Juan Carlos, dirigido por el entonces vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio Cañizares. A ese curso estaba invitado el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien dijo que Educación para la Ciudadanía era «una imposición que favorecía el totalitarismo». Eso sucedió hace doce años, en la universidad que Ellos crearon para retroalimentarse, como quien crea una agencia de colocación, y que, casualmente, ha titulado a la plana mayor de una élite política que en lugar de trabajar para hacer de la ética y el civismo una virtud, perpetúan el sectarismo, la rapiña y la falsificación como herramientas de progreso y trabajo. Ellos lo llaman contactos. Eso sí, con un crucifijo en cada aula.