Si usted prefiere mirar hacia otra parte es mejor que no siga leyendo este artículo. El pasado viernes 13 de abril se celebró en Moncada la fiesta de las Paellas Universitarias. Mientras me tomaba un cortado en un bar cercano al evento pude vivir de primera mano los efectos colaterales del macrofestival. En un enclave rodeado de colegios, al lado de un cementerio, junto a un centro de día de mayores y muy cerca de una guardería, el ayuntamiento permitió la organización de una fiesta que sorprendentemente no contó con el apoyo de casi ninguno de los grupos políticos del consistorio. Los accesos por la calle José Miguel Sánchez Ruiz se convirtieron en un gran botellón desde primeras horas de la mañana. Allí había chavales poniéndose ciegos de alcohol con la música machacona de los coches a todo volumen.

Lamentablemente presencié situaciones desoladoras. Una chica con una botella de plástico de cinco litros llena de ginebra. Un chaval que, debido a su estado de embriaguez, se topó literalmente contra mí. Otra chica, muy nerviosa porque estaba siendo acosada, buscó amparo en la Guardia Civil. Personal de Protección Civil llevaba en volandas a jóvenes que no se tenían en pie y los dejaban en el metro. Un helicóptero policial sobrevolaba la zona mientras los universitarios deambulaban de un lugar a otro con bebidas alcohólicas en sus manos. La Policía Local y la Guardia Civil estaban movilizadas como si no tuvieran cosas más importantes que hacer. Por la tarde, una vecina de Moncada me contó que un chico le acababa de preguntar qué hora era y no recordaba ni lo que hacía allí. Por la noche, estupefacto, vi que en el informativo de TVE se hablaba del éxito de la concentración de universitarios. 24.000 asistentes que pagaron 22 euros cada uno.

El alcohol influye en la posibilidad de contraer más de 200 enfermedades. Daña las neuronas, afecta al sistema nervioso y a la coordinación; provoca hepatitis y problemas en los riñones. Aumenta la ansiedad, la depresión, la agresividad y el estrés. Se asocia a comportamientos lesivos como peleas y agresiones. La revista The British Medical Journal, en una investigación de 2017, nos alertaba de que el consumo moderado de alcohol también afecta negativamente al cerebro. La UE es la región del mundo en la que más se bebe. Según la OMS, España duplica la tasa mundial de consumo de alcohol pero aún así países como Reino Unido, Alemania, Bélgica o Finlandia están muy por encima de nuestro consumo. El 57 % de adolescentes de 15 años ha estado en algún botellón en el último año. Los adultos entre 45 y 64 años somos los que más instituido tenemos el hábito de beber, sin la menor duda hemos dado un pésimo ejemplo a las nuevas generaciones.

Hemos proyectado a los chavales que la diversión se concibe solo con el alcohol, perdiendo el control sobre uno mismo. Las Fallas y los Sanfermines se han convertido en macrobotellones. ¿Miramos todos hacia otra parte o nos ponemos manos a la obra para evitar la degradación de nuestros jóvenes? ¿Cerramos los ojos como hacen muchos padres o los abrimos para, por lo menos, intentar buscar soluciones? ¿Fomentamos botellones o nos decantamos por potenciar el deporte escolar, el deporte universitario y las actividades culturales? Tenemos un reto formidable.