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Guillem y Millás

Me gusta el tren, preferiblemente no muy rápido, porque uno puede hacerse paisaje a través del doble ombligo de los ojos. También se puede aprovechar la quietud de ese deslizarse lineal y espacioso del tren, su andar claro y resuelto, para encerrar el alma en la lectura, que es algo así como meter al genio en la lámpara. Y ya me tenéis ahí con el poemario de Ramon Guillem Terra d´aigua, oxímoron que la gente de la Albufera entendemos sin mayores explicaciones y que Guillem hace extensible a todo su repertorio léxico, pues poco hay de convencional o retórico en estos versos tan limpios, tan bien tallados, que han resistido muy bien una reedición casi veinticinco años después. No es mala prueba de resistencia.

Terra d´aigua es un poemario hondo de verdad y de intenciones, como el agua de mina, y me lo tomé a modo de aperitivo de la Fira del Llibre donde será una novedad (relativa) frente a otras novedades (absolutas) como Los pacientes del doctor García, de Almudena Grandes. El Pérez Galdós del tránsito del siglo XX al siglo que nos sobrevivirá, es mujer y se llama Almudena. No veo mejor manera de visualizar el zarandeo que, el ocho de marzo, las mujeres de este país le dieron al tiempo que compartimos en un país en la ruina moral. Otra novedad será la última de Juan José Millás: Que nadie duerma.

También me la leí en el tren (los trayectos tiene dos sentidos). El título esta extraído de Turandot, la ópera, que en esta fábula macabra tiene un papel crucial, junto a los taxis como confesonarios rodantes, los pájaros (que aquí asustan tanto o más que los de Hitchcock), las casualidades y los encuentros, la ficción, la vida y el sexo (es tal vez la novela de Millás que más parece de Philip Roth, en ese aspecto), elementos heterogéneos que el narrador mezcla con su habilidad para fundir la lógica, vencer el cansancio y hacer saltar chispas de los elementos más cotidianos. Surrealismo. La imaginación es un derecho natural y no respetarlo tiene consecuencias.

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