Hay lecturas que no son peligrosas, pero sí masturbatorias. Entre las masturbatorias, las hay que tienden a la carne, dígase de «Las Once mil Vergas» de Apollinaire, y las hay que tienden al entendimiento, dígase de la «Suma teológica» de Aquino. Digo esto, y no más que no sé, porque habiendo renunciado Cristina Cifuentes a «su» máster, unos han dicho ¡vayapordios! y otros, que podrían ser los mismos, han asegurado que no se puede renunciar a lo que no se tiene. Sin embargo, habiendo yo leído en la madurez cuatro páginas de Tomás y profesando desde la adolescencia la masturbación escolástica, no puedo estar de acuerdo ni con unos ni con otros (añado que, con algo de tiempo, tampoco estaría de acuerdo conmigo mismo). Diría el maestro que, entre las renuncias, las hay del «acto» y las hay de la «potencia». Las renuncias del acto lo son cuando uno renuncia a lo que es, a lo que hace, a lo que tiene: a estar casado, al divorciarse; a callarse, cuando habla; a cinco euros, cuando los da. Las renuncias de la potencia lo son cuando uno renuncia a lo que no es pero podría llegar a ser, hacer, tener. Así, decimos de un padre que renuncia a una carrera profesional para cuidar de sus hijos o que uno renuncia a la sexualidad para merecer el paraíso (valga el oxímoron). Digo esto, y no menos que me calle, porque paradójicamente la renuncia de Cifuentes no lo es ni del acto ni de la potencia. No lo es del acto porque o bien lo hecho hecho está, Caín no puede renunciar a ser el asesino de Abel, o bien porque no se puede renunciar a lo que no se ha hecho más que haciéndolo, y eso nos llevaría a la potencia. Pero tampoco es una renuncia de la potencia, porque uno no puede renunciar a lo que no ha hecho pero puede hacer cuando asegura que lo hizo, aunque sin constancia ni asistencia, lo que nos llevaría al acto (fallido). Llegados a este punto, les recomiendo «Las Once Mil Vergas» de Apollinaire.

Un preso es alguien que está en la cárcel; un político, más allá de que lo seamos todos, es alguien que defiende y se dedica de palabra y obra a unas ideas. Si en nuestro país no hay presos políticos (privados de libertad por hacer lo que hacen los políticos), entonces sólo hay políticos presos, como hay zapateros presos, fontaneros presos, etcétera presos. En ese caso, están en la cárcel no por políticos, zapateros o fontaneros, sino por delincuentes. Si son delincuentes, habrá que ver cuál es su delito. Si uno repasa los diez mandamientos, los pecados capitales, las virtudes cardinales y teologales, amén (sin pecado concebida) de los derechos humanos, nada encuentra relativo a la unidad de España ni del destino común en lo universal. El «delito» separatista no lo es contra la propiedad, ni contra la vida, ni es un delito sexual. ¿Cómo llamaríamos a ese «delito» que supuestamente han cometido esos políticos presos que no son presos políticos?