El gran periodista y escritor Josep Pla decía que es más difícil describir que opinar. Y tenía toda la razón. Después de aceptar la opinión generalizada del desastre humanitario que sufre Siria después de 7 años de guerra, la descripción de sus causas, de su desarrollo y de sus consecuencias está todavía pendiente para conocimiento de la ciudadanía. Solo focalizamos la situación en el horror y en las incomodidades que los millones de refugiados pueden ocasionar en la Europa del bienestar.

Es insultante para cualquier inteligencia de bien que el presidente de EE UU se limite a poner en Twitter «misión cumplida» después del bombardeo llevado a cabo con la cooperación de fuerzas de Francia y Gran Bretaña. Acción que se calificó de quirúrgica. Vaya contradicción si la escucha un cirujano. Todo ello como consecuencia de la utilización por el régimen sirio de armas químicas en la ciudad de Duma y que costó la vida de 75 personas y más 500 con síntomas de asfixia. No es una cuestión de aplicar la regla de tres cuando se está hablando de vidas humanas, pero el Observatorio Sirio de Derechos Humanos con sede en Londres calcula alrededor de 600.000 muertos durante el desarrollo de esta guerra, de los que 20.000 son niños. Es cierto que la utilización de armas químicas están prohibidas desde 1997. Pero si 75 muertos por este macabro procedimiento han determinado una urgente acción quirúrgica con el objetivo de paralizarlo, no sé las acciones, sean quirúrgicas o de medicina interna, que serán urgentes y necesarias para parar los centenares de miles de muertos con armamento convencional.

Bien es verdad que el tablero en Oriente Medio tiene una difícil descripción si se quiere que ésta sea certera y comprensible. Pero los ciudadanos necesitamos explicaciones más amplias y sobre todo verosímiles y no a golpe de twitter. La conexión de Siria con Rusia y la antigua Unión Soviética viene de la década de los 50 del siglo pasado cuando Hafed al Asad, padre del actual presidente Bashar al Asad, facilitó las hoy bases navales rusas en Tartús y Latakia, y la base aérea de Hmeymin. Nadie en su sano juicio cree que la Rusia pseudoimperialista de Vladimir Putin vaya a dejar caer al régimen de Al Asad y se vaya a retirar de su posición estratégica en el Mediterráneo oriental. La entrada del Estado Islámico en la facción rebelde, sus derrotas gracias a la intervención rusa, y el temor de Israel ante un rearme de fabricación rusa del régimen sirio dan mayor complejidad para elaborar una descripción completa del conflicto.

Y a todo esto falta por añadidura la intervención de Irán, la problemática kurda y el papel ambiguo de la Turquía de Recep Tayyip Erdogan. Todo un enorme lío de intereses mientras se sigue devastando un país, expatriando a sus gentes y matando inocentes. Eso sí, con armamento convencional. Menudo desastre. Pero esta opinión es lo más fácil de decir.