Todavía recuerdo cuando en los colegios se celebraba el concurso de la redacción de la Coca-Cola: uno se sentía obligado a concursar, aunque sólo fuera por no echar a perder alguna posible visibilidad para un tipo capaz de escribir un par de folios sobre cualquier tema, digo de mí, o sea, mi mismo. Ahora con la Fira del Llibre me ocurre otro tanto: en llegando abril, me siento letraherido e impelido a la propaganda, como si alguien me dijera: «Xiquet, digues alguna cosa i fes colla». Diré un par de cosas, por abundar. La primera es que se puede vivir perfectamente sin leer un libro, tanto como respirando una vez de cada dos o sin la inutilidad de algún amigo. Sin embargo, y como decía Paco Camarasa (Paco, amigo, te he sacado de la cuneta del ensayo y te he puesto entre los tuyos, entre James M. Cain y A. Camilleri), «se puede vivir sin leer novelas, pero resulta mucho más aburrido». También, en la otra punta de los que no leen nada están los que leen mucho o demasiado y son cenizos por añadidura. Esos dicen que, en una biblioteca bien surtida o en las mesas de una librería bien llevada, hay una mejor selección y oferta de libros que en toda la feria. No les hagan ni puto caso (sobra el puto): son los mismos que languidecían en los guateques, sentados en un rincón muertos de asco porque en su casa tenían más y mejores discos, además del último. La Fira es una fiesta: si uno no es un analfabeto o un muermo, debería acudir a ver qué encuentra y a quién ve, y a comprar algún libro.

Guillem Agulló.

Más allá de lo que digan los técnicos (me alegra aquí el hecho de no serlo, ¡bendita ignorancia!), uno tiene la sensación de que en el juicio/sentencia de la manada ha prevalecido en todo momento un punto de vista equivocado: en lugar de centrarse en las repugnantes y malvadas acciones cometidas y en los sujetos que las cometieron, se han centrado en las reacciones de la víctima, a quien ofenden de nuevo al presuponer que a su conmocionada pasividad le faltó el sacrificio heroico del martirio. Incluso hubo quien, tras la violación, contrató un seguimiento para comprobar cómo, aunque violada, la víctima intentaba emerger a la normalidad y que, al no haberse suicidado, las cosas no serían, pues, para tanto. Ahora la pregunta sería: ¿qué otra cosa o más le hubieran hecho unos, ahora sí, violadores? Ya ven: una mirada (¿la del hombre, la de la justicia del hombre?) equivocada.