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Voro Contreras

Antelope

Antelope era un poblate de no más de 50 vivos en algún punto de Oregón. Un día, su bigotudo alcalde vio en medio de la principal (y tal vez única) calle del lugar a un joven desconocido. Lo que más le llamó la atención fueron sus «zapatos europeos» que, para el munícipe, era todo aquel calzado que no fuera de cowboy. «Ya vienen, y eso causará un gran problema», le dijo el desconocido al alcalde. Sí, en la apacible Antelope nada volvería a ser igual. Iba suceder una de las historias más delirantes del ya de por sí delirante siglo XX. Unos años antes, un iluminado «calent» y adicto a los Rolls Royce -Bhagwan Shree Rajneesh- había fundado en la India una secta que acabo atrayendo a miles de occidentales que, a base de hiperventilación, espasmos y mensajes facilones, acababan convencidos de que la mejor manera de no agobiarse por el dinero era entregando sus riquezas al barbudo gurú. De la noche a la mañana Bhagwan desapareció de Bombay dejando a sus seguidores con un vacío mental y buchaquil considerable. Acompañado de su sibilina secretaria, el líder había volado a Estados Unidos para fundar sobre las 35.000 hectáreas en Antelope una nueva ciudad. Dinamitó terrenos, construyó edificios, levantó centrales eléctricas e intoxicó con fines electorales a cientos de personas. Y hasta allí fueron los primos con túnica naranja a los que había dejado tirados en Bombay, más otros miles de primos que se apuntaron porque eran los años 80 y más tontos no cabían. No les digo más, que después protestan, pero si quieren disfrutar de una buena historia con intrigas palaciegas, sexo, dinero, política, bioterrorismo y vergüenza ajena, no se pierdan «Wild Wild Country», el documental que sobre el asunto ofrece cierto canal de pago siempre que ustedes también quieran desprenderse de parte de sus riquezas.

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