Cuando los regantes tradicionales del Júcar estamos afectados por restricciones como consecuencia de la sequía acumulada durante los últimos años, sale de nuevo el vecino que exige lo que no es suyo y vuelve a las andadas. Con todos mis respetos hacia los diputados de la Corporación Provincial de Alicante y demás reclamantes: Miren ustedes hacia el río Segura, hacia su gestión en el pasado reciente y tomen consciencia de que ése no es el futuro que deseamos para nuestro Júcar. Hay quien, a fuerza de marear la perdiz, pretende hacer creer que hay agua -y de sobra- para todos. Nada más lejos de la realidad.

El autodenominado Pacto del Agua de Alicante viene a ser una particular e interesada repetición, a pequeña escala, de aquel reparto que José Bono y Eduardo Zaplana acordaron por allá 1997. Repartieron sobre el papel el agua que no existía en la cuenca ni en los cauces del Júcar y sus afluentes. Así, nos confundieron -por no utilizar el término «engañaron»- a todos. Parece ser que ahora, desde Alicante, han observado que ha llovido y nevado de manera significativa en gran parte de España y creen que todo el monte es orégano.

Pregúntense, por ejemplo, las razones por las cuales el Ministerio de Medio Ambiente, acaba de aprobar la dotación de 3 millones de euros para la adecuación y puesta en funcionamiento de 32 de pozos de sequía en el Bajo Júcar de los que «se extraerá cuantos recursos sean posibles para afrontar la situación de escasez», según comunicó el Gobierno hace escasos días. Y otros 10 millones para paliar la situación en la cuenca del río Segura, desde Hellín y Moratalla hasta la Vega Baja.

En este estado de las cosas, quienes no son usuarios del Júcar «exigen» agua del río a través de la actual canalización desde Cullera hasta el Vinalopó; y un segundo trasvase, bien retomando el nefasto proyecto desde Cortes de Pallás o desde el embalse de Alarcón. Puro vicio. Saben que desde la cuenca cedente no nos hemos opuesto a que sean transferidos sobrantes desde el Azud de la Marquesa. Se trata de la misma agua con la que regamos en la Ribera Baixa y que tanto han despreciado desde el Alto Vinalopó estos últimos años. Conscientes de que el transvase desde Cullera por parte de la cuenca cedente está sometido a la existencia de sobrantes una vez atendidas las necesidades de aquí, insisten en querer adquirir un derecho de futuro sobre un río que no es el suyo.

Respecto a la segunda toma aguas arriba para consumo urbano es una propuesta inaceptable por los usuarios históricos del Júcar. En primer lugar, el abastecimiento urbano de la ciudad de València, a través del canal Júcar-Túria, ya comienza a ser preocupante por el lógico incremento de la demanda. En segundo lugar, el lago de La Albufera sigue sin disponer de un caudal ecológico aceptable para su matenimiento fuera de las aportaciones que le llegan gracias al tradicional cultivo del arroz. Y en tercer lugar, el Júcar necesita un caudal ecológico mínimo para no repetir la triste historia del río Segura. Esquilmaron el Vinalopó, dilapidaron el Segura, y ahora ¿pretenden hacer lo propio con el Júcar? Por pedir, podrían pedir el Mississipí.

La sangría que sufre nuestro río, el más importante de los valencianos, es más que evidente. Su futuro depende de criterios de sostenibilidad, de no tirar del brazo más de lo que de sí da la manga. Ya pueden hacer pactos por el agua y vender humo quienes no tienen derecho alguno sobre los recursos que históricamente no les compete. Puestos a pedir, apuntar que desde el Campo de Cartagena ya han dicho que disponen de 44.000 hectáreas para transformarlas en regadío. Y ya quieren ponerse en la cola.

Así pues, dejen de vender falsas expectativas y tomen buena nota: Ni el Júcar es el Nilo, ni los campanarios de los pueblos de la Ribera son las pirámides de Egipto. Nuestros mayores nos enseñaron aquello de que ante el vicio de pedir está la virtud de no dar.