Acaban de cumplirse 32 años del accidente en la central nuclear de Chernobil, ocurrido los días 25 y 26 de abril de 1986 en territorio de la actual Ucrania, que en aquella época formaba parte de la extinta URSS. El día 29, pese al mutismo oficial del gobierno soviético, los satélites espía europeos y estadounidenses consiguieron imágenes que revelaban la destrucción del reactor 4 de la central, cuya explosión lanzó a la atmósfera tal cantidad de elementos radioactivos que en la actualidad podemos seguir considerando aquel suceso (junto al de la nuclear japonesa de Fukushima en 2011) como uno de los mayores desastres ambientales de la historia. Más allá del letal impacto directo en el entorno de la planta nuclear, las primeras sospechas de la catástrofe surgieron en Suecia y otras zonas de Escandinavia. En los días siguientes, Lituania, Finlandia, Suecia, Bielorrusia, Polonia y Rumanía, entre otras zonas, recibieron la mayor parte del aire contaminado procedente de Chernobil. Gran parte de Europa se hallaba en aquellas fechas bajo el radio de acción de un potente anticiclón centrado al norte del continente, cuya circulación atmosférica arrastró los elementos radioactivos hacia diferentes zonas próximas a Ucrania, pero sobre todo hacia los países situados al oeste y noroeste, mientras que España y las zonas más meridionales de Europa occidental se libraron de ellos, a pesar de que también aquí se detectaron concentraciones por encima de lo normal. Curiosamente, aquellos últimos días de abril de 1986, a España le llegaba aire frío desde una borrasca situada sobre el Atlántico norte, mientras que el gran anticiclón centrado al norte del propio continente favorecía el transporte de la fuga radioactiva en dirección contraria. Incluso algunas regiones de Francia e Italia terminarían recibiendo más tarde una pequeña parte del aire contaminado, pero España y Portugal fueron, probablemente, los que menos radiación recibieron gracias a la situación meteorológica de aquellos días.