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Catalá y 'la Manada'

Tener a un juez con un problema no es sólo un trastorno para la Justicia, sino que lo es también para el ciudadano que busca la tutela judicial a la hora de resolver un conflicto.

El ministro Catalá no abunda sobre la singularidad del magistrado que emitió un voto particular en la sentencia de la manada, pero disponemos de un retrato psicológico del mismo gracias a su petición de absolución para los condenados: nada de abusos sexuales, ni mucho menos violación, una mera orgía, un jolgorio sin dolor para la víctima.

Esta burrada estrepitosa, sangrante, forma parte del argumentario de su señoría, y todavía el CGPJ ve injustificada la alarma social que ha provocado el fallo.

Tiene un pase el debate doctrinal sobre si hubo o no violencia, algo ya de por sí estrafalario, pero lo otro excede todo lo posible y entra en el territorio del absurdo: un texto apologético con una visión del mundo donde el autor se pronuncia con contenidos que pisotean los derechos de una persona, pero ante los que todos bajamos la cabeza por el hecho de que lo dice un juez.

Está claro que el titular de Justicia se apunta con los indignados y que trata de esconder el bulto ante la dejadez del Ejecutivo a la hora de cercar el delito de violación en el Código Penal. No vamos a negarlo. Pero aun más llamativo es que las asociaciones de jueces pidan su dimisión por valorar el voto particular de su señoría desde la obviedad: tiene un problema de principios, y lo tiene con las mujeres.

Alzar la voz a favor de la independencia del poder judicial es algo encomiable. Nadie quiere una judicatura contaminada, aunque ya hay hasta señorías muy militantes y hasta algunas que realizan grabaciones clandestinas o mantienen entrevistas con imputados. El abanico es amplio. Pero el expediente de la manada no tiene que ver con lo anterior. Tiene que ver con la democracia y con el respeto a las personas. Cosas básicas.

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