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Poder judicial

Apenas veinticuatro horas después de lanzarse en la típica plataforma de recogida de firmas una petición para destituir a los magistrados que dictaron sentencia en el caso de la manada, ya había casi un millón de pronunciamientos. Yo no firmé: solo se puede destituir al magistrado que deliberadamente y de forma grave haya faltado a su deber, lo que no se parece, ni de lejos, a una resolución injusta, insuficiente o inoportuna. Jurisprudencia quizás signifique -se non é vero, é ben trovato- que la resolución judicial es incompatible con el atolondramiento o la ligereza pues no esta bien mentar el jolgorio o el regocijo en casa de la presunta violada. Es tanto como suponer que el ignorante se complace en su ignorancia o que el explotado anhela otra cadena. Las ocurrencias, para la literatura.

En algún momento habrá que plantear en toda su crudeza el asunto de la crítica al poder judicial, pues no es distinto del legislativo y del ejecutivo cuyos actos se someten a un sostenido escrutinio. Sí, los magistrados deben hacer su delicada labor con absoluta independencia y sin presiones y en la sala de justicia cualquier insolencia debe ser rigurosamente reprimida. La distancia que debe separar a los manifestantes de las audiencias, puede establecerse por ley y la policía y las vallas amarillas están para hacer posible la conciliación del respeto a los jueces y el inalienable derecho a la opinión libre.

Pienso que la sucesión de peligrosas majaderías perpetradas por quienes dicen ser la manada debía desembocar, en estricta lógica, en una condena por violación. Pero lo que yo piense no importa y no pocos jueces llegan a vivir de forma desgarradora la distancia que existe entre disponer de las pruebas necesarias para condenar y albergar en su ánimo la certeza de una culpabilidad. Y es bueno que esto sea así. No hay más justicia, aparte de la poética, que ese delicado equilibrio, ceremonioso y con frecuencia tardío, que son los procesos judiciales y su red de garantías. Pero ni los jueces son la mano derecha de Dios, ni sus sentencias se producen fuera del mundo, ni tienen inmunidad diplomática.

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