La Feria del Libro es una gran oportunidad para que los que amamos la lectura nos acerquemos a los escritores y valoremos su trabajo. Cada libro supone un estallido cultural de libertad en medio de una sociedad condicionada por la mediocridad, la frivolidad y la inmediatez. El quehacer del escritor es un acto lento, solitario y solidario que requiere de mucho esfuerzo y autodisciplina. Algunos consideran que existen dos clases de escritores: los de brújula y los de mapa. Los primeros escriben sus obras sin planificación previa, a golpe de inspiración. Los segundos lo tienen todo programado y calculado, improvisan poco, es el caso de Almudena Grandes.

Es habitual convertir el acto de escribir en un viaje nocturno que va produciendo pequeñas luces en la noche. Luces que pueden ser de bohemia o luces diferentes que nos hacen repensar las cosas importantes de la vida. Dostoyevski, que padecía manía persecutoria y tenía pavor a la oscuridad, escribía por las noches deambulando de un lado al otro de sus estancias. Kafka trabajaba en el Instituto de Seguros contra Accidentes para Trabajadores de Praga y no podía escribir hasta después de cenar. Durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, Agatha Christie vivía en Londres y trabajaba en un hospital de día; escribía aprovechando el recogimiento diario del sol, cuando parece que el mundo se ha parado. Azorín o Faulkner preferían las mañanas para trabajar. James Joyce se encontraba más predispuesto por las tardes. Blasco Ibáñez escribió en 1885 los primeros esbozos de su novela La barraca a hurtadillas, con tinta violeta, usando un portaplumas rojo y a la luz de un candil mientras la Guardia Civil lo buscaba por Valencia.

Las excentricidades han sido la nota dominante en algunos escritores. El miedo a la página en blanco y al bloqueo narrativo llevó a grandes escritores a rituales variopintos. A Juan Ramón Jiménez le resultaba inaguantable el ruido, por ello, cuentan que se recluía en una habitación forrada de corcho. Neruda empleaba tinta verde en sus escritos. García Márquez necesitaba escribir descalzo, con una flor amarilla en su escritorio y a una determinada temperatura. Truman Capote y Marcel Proust escribían tumbados en la cama. Balzac se vestía de monje escribiendo por las noches. Dumas redactaba con sotana roja y Victor Hugo dicen que algunas veces escribía desnudo. Carmen Martín Gaite era anárquica en sus costumbres de escritura; le gustaba trabajar en bibliotecas, en habitaciones de hoteles, en estaciones de autobuses y cuando podía cerca de la chimenea. Joanne Rowling, creadora de Harry Potter, acudía a bares para poder trabajar en lugares con calefacción; los viajes le sirvieron de inspiración. Isabel Allende enciende una vela al empezar a escribir y cuando se apaga deja de hacerlo. María Dueñas es metódica, rigurosa y organizada; le gusta escribir en su estudio aprovechando la luz solar. Dan Brown, autor de El Código Da Vinci, se sintió aburrido de vacaciones y empezó a escribir para paliar el tedio.

C0mo podemos comprobar, las artimañas para que las palabras fluyan y las frases tomen cuerpo son muy diversas aunque sin esfuerzo y dedicación no dan frutos. Picasso ya nos lo advertía: la inspiración existe pero tiene que encontrarte trabajando. Cuando tengamos un libro en nuestras manos valoremos la pasión que pusieron en él quienes lo engendraron, seguramente descubriremos que no tiene precio.